El fútbol y la patria
Por Juan Carlos Martínez
Si uno dice que no gritó los goles ni el agónico triunfo del seleccionado argentino lo mirarán como sapo de otro pozo. Si encima confiesa que no salió a festejar por las calles, le dirán que no entiende el sentimiento popular. O que nunca corrió detrás de una pelota. Los más chauvinistas no dudarán en calificarnos de anti argentinos. Como nos decían en 1978, cuando nos ponían los mismos rótulos por negarnos a festejar los goles de la final junto a los genocidas Videla, Massera y Agosti. Pregunta obligada: ¿El fútbol era la patria? ¿La patria era el fútbol? Ni una cosa ni la otra, porque los gritos y los aplausos se mezclaban con el silencio y el sufrimiento producidos por un genocidio que se llevó la vida de treinta mil argentinos y argentinas. Hoy, aunque no estemos bajo una dictadura militar, tampoco el fútbol es la patria ni la patria es el fútbol. Pero se lo utiliza para distraer a la gente de los problemas cotidianos, para esconder algunas medidas impopulares. Como los despidos en la agencia estatal de noticias Télam donde el inquisidor de turno Hernán Lombardi aplica el método más cruel de censura: la desaparición de sus lugares de trabajo de periodistas que no son funcionales al gobierno. Todo en nombre de lo que llaman "la nueva agencia" que nace amordazada pero en nombre de la libertad de expresión. El partido decisivo para los argentinos no se juega en Rusia. Se está jugando en las calles y en las plazas de nuestro propio territorio entre dos equipos: el que viste la casaca de la soberanía y la dignidad nacional y el que luce la camiseta de la entrega y la regresión colonialista.