Escuelas de periodismo

Por Juan Carlos Martínez

 

Cuando me preguntan dónde cursé la carrera de periodismo suelo contestar que no soy periodista de academia y que me formé con mi sexto grado primario en las escuelas que eran las redacciones de los pequeños diarios del interior.

 

Entre los maestros de aquellas escuelas había socialistas, comunistas y anarquistas que editaban modestas publicaciones semanales, quincenales o mensuales o cuando reunían los fondos para comprar el papel, la tinta y el resto de los insumos que requería el sistema tipográfico al que aquellos idealistas llamaban "plomo civilizador de imprenta".

 

En medio de aquella pobreza franciscana existía una sólida riqueza ética y espiritual, ideales sostenidos y defendidos a capa y espada por aquellos románticos de la pluma. Eran los valores más altos para el ejercicio de la profesión sobre el que se asentaba la credibilidad del periodista.

 

En aquel tiempo el periodista se multiplicaba en su labor. Buscaba la noticia, la redactaba y él mismo podía convertirse en tipógrafo para armar las páginas letra por letra y renglón por renglón.

 

Con el diario recién parido por la impresora, el mismo actor podía asumir el rol de canillita como lo hacía el mismísimo Sartre con el medio que editaba.

 

Los hubo, también, aquellos que además de escribir en las Remington escribían en lo que en su momento revolucionó las artes gráficas: las linotipos.

 

Aquellas máquinas reemplazaron el trabajo manual del tipógrafo y aceleraron notablemente la producción. Lo que se hacía en tres horas se redujo a menos de una hora con los renglones de plomo.

 

Los notables avances tecnológicos cambiaron totalmente los medios para la confección de publicaciones gráficas. La tipografía fue reemplazada por el sistema offset mientras que la noble impresora que revolucionó el mundo de las artes gráficas dio paso a las rotativas manejadas por el sistema de computación a altísima velocidad.

 

En aquellos lejanos tiempos la radio a galeno era la fuente de información más importante, aunque a veces las tormentas eléctricas interferían los mensajes y los contenidos de una noticia los completaba la imaginación del periodista.

 

Las fotografías eran enviadas por correo postal hasta que el sistema de radiofoto vía telefónica dio un gran salto hacia la inmediatez y los acontecimientos captados por las cámaras de fotos llegaron más pronto a los ojos de los lectores.

 

La información a través de la teletipo, que reemplazó al sistema Morse (telegráfico), también revolucionó a las redacciones y luego la nueva tecnología aceleró vertiginosamente la transmisión de noticias que circulan de punta a punta del planeta impulsadas desde una computadora o un celular que hoy manejamos cómodamente sentados en el living de nuestra casa o viajando en colectivo.

 

Hoy se puede armar un medio periodístico incluyendo fotografías en cualquier parte del mundo, enviarlo a cualquier rincón del planeta y editarlo al instante por el sistema digital.

 

Lo que los recursos modernos no han modificado es la esencia de este oficio, al menos en las escuelas donde la formación de periodistas se nutre, como en los viejos tiempos, de aquella riqueza ética y espiritual en la que se asentaba y asienta el capital más valioso que tienen los periodistas: su compromiso con la verdad.

 

Qué bueno sería que en las escuelas modernas de periodismo -profesor Jorge Nemesio- se rescataran algunos de aquellos valores que nutrían la formación de aquellos periodistas que bebieron en la fuente de Mariano Moreno, que luego continuaron Rodolfo Walsh y el resto de los colegas desaparecidos durante la dictadura y que perviven en el gran maestro Osvaldo Bayer y en los hombres y mujeres que mantienen en alto su dignidad profesional defendiendo la libertad de expresión.