El gueto II

Por Juan Carlos Martínez

 

Continuando con el comentario anterior (El gueto) referido a la decisión del municipio de Santa Rosa de prohibirles a los vendedores ambulantes continuar con su actividad en el microcentro de la ciudad, hay que agregar otras reflexiones sobre los efectos negativos que tendrá esa medida para la paz social.

 

Si las autoridades municipales creen que el desalojo es el único paso a dar, no hay duda que es muy poco lo que ofrece el gobierno de la ciudad para responder a quienes tienen necesidades básicas impostergables para sobrevivir.

 

No se trata de personas que permanecen a la intemperie comprometiendo su salud con fines de lucro y que al cabo de cada jornada suman fortunas que al día siguiente depositarán en bancos o mandarán a uno de esos paraísos fiscales que utilizan los grandes evasores a quienes todo el mundo conoce con nombres y apellidos.

 

Calificar de ilegal el trabajo de los vendedores ambulantes, denunciarlos y demonizarlos mientras se guarda silencio frente a los ladrones de guante blanco que saquean el país y que también incursionan por La Pampa no es otra cosa que usar la clásica doble vara moral.

 

Habría que ver si todos los que se sienten perjudicados por la “ilegalidad” de los vendedores ambulantes cumplen a rajatabla con las normas establecidas para sus actividades comerciales.

 

Es decir, si registran a sus empleados como manda la ley, si les pagan lo que marcan los convenios laborales en materia de remuneraciones y horarios de trabajo y si extienden facturas por cada venta que hacen.

 

Si comenzamos a elevar la vista hacia la cumbre del poder y dejamos de mirar en la superficie, es posible que en lugar de crear guetos para los más vulnerables encontraremos la manera de tratarlos como seres humanos y no como objetos descartables.