Democradura
Por Juan Carlos Martínez
Se dice que "la violencia de arriba genera la violencia de abajo", aunque los poderosos nunca van a reconocer su responsabilidad en la reacción de los que sufren sus decisiones.
"El sofocamiento institucional lleva a la violencia" dice José Pablo Feinmann en "Filosofía política de una obstinación argentina".
Es cierto. Si analizamos con objetividad la génesis de la violencia encontraremos múltiples causas, pero siempre son los mismos los que la generan.
Violento no es sólo el que utiliza la fuerza bruta para imponerse sobre sus semejantes. Violentos son aquellos que, en ejercicio del poder político, aplican medidas socio-económicas que perjudican a amplios sectores de la sociedad, particularmente a los más vulnerables.
Se trata, como bien lo ha definido Pierre Bourdieu, de la violencia simbólica. En estos casos, el que domina ejerce un modo de violencia indirecta, construida de tal manera que el propio violentado la naturaliza como si se tratara de una sentencia irreversible, indiscutible, inapelable.
Violencia simbólica también la ejercen -y con notable influencia-, los medios de comunicación funcionales al poder político con su constante prédica dirigida a convencer a los violentados que las cosas son como son y que así hay que aceptarlas.
O sea, el fatalismo como consuelo: siempre hubo injusticias, siempre hubo guerras, siembre hubo pobres, siembre hubo hambre...
Violencia simbólica es la que está aplicando el gobierno de la derecha criolla desde que accedió al poder político, esta vez por vía del voto popular. Es decir, sin llamar a las puertas de los cuarteles.
Los brutales aumentos en las tarifas de los servicios públicos, los despidos masivos tanto en el sector público como privado, el recorte o anulación de derechos sociales y laborales que perjudican a trabajadores y jubilados, el imparable aumento de los precios y el inagotable endeudamiento del país son formas de ejercer la violencia simbólica.
Y como el Estado que la genera tiene en sus manos el monopolio de la fuerza, también utiliza esa vía para reprimir cualquier manifestación de protesta de aquellos sectores -cada vez más amplios- directamente afectados por la violencia simbólica.
En suma, estamos frente a una instancia como pocas veces hemos vivido en la Argentina: un poder político elegido democráticamente que aplica en simultáneo las dos formas clásicas de dominio: la violencia simbólica y la violencia física.
Democradura, diría Eduardo Galeano.