¿A quién le importa el hambre?

Por Juan Carlos Martínez

 

"Hay un problema social que es obvio, que hace que la persona que tenga la necesidad de comer -por definirlo de alguna manera-, el delito más simple aumenta", sostuvo el jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires.

 

Que un jefe de la policía de uno de los distritos más importantes del país opine descarnadamente sobre algunos aspectos sensibles de la realidad social, es atípico. Se aparta de la cultura que imponen a sus policías los sistemas autoritarios de gobierno como el de Cambiemos.
Por eso, precisamente, Patricia Bullrich salió al cruce del jefe policial tratando de descalificar su sensata postura, sugiriendo que el funcionario había ingresado en un terreno que le resulta ajeno, tan distinto y tan distante de la postura represiva de la propia ministra de la mano dura.

 

Y tan alejado de la doctrina Chocobar, consentida y aplaudida por Bullrich y por el propio Macri a pesar de tratarse de un crimen cometido por un agente del Estado que fusiló por la espalda a un ladrón que se daba a la fuga sin entrañar peligro para el policía ni para terceros.
En sistemas autoritarios como el de Cambiemos, los policías no son formados para evaluar las razones por las cuales las necesidades económicas de los sectores más vulnerables -el hambre, por ejemplo- motorizan el aumento del delito, como lo ha calificado el jefe de la bonaerense.

 

De eso no se habla, no se debe hablar. Mucho menos un jefe policial.

 

No es una originalidad decir que en la Argentina hay gente que pasa hambre. Todo el mundo lo sabe, pero que sea el jefe de la policía bonaerense el que diga públicamente que hay personas que roban para comer, es una dura advertencia reveladora de la grave encrucijada que vive Argentina.

 

El hambre es un flagelo que va en aumento minuto a minuto estimulado por las impiadosas medidas económicas hechas para favorecer a los ladrones de guante blanco.

 

Macri y sus voceros hablan de la reducción de la pobreza con el estómago y los bolsillos llenos, mientras el hambre se extiende por toda la geografía haciendo estragos en amplios sectores de la sociedad.

 

Para muchas familias el pan nuestro de cada día pasó a ser el pan nuestro de cada tanto. Ni hablar de la ausencia de alimentos básicos como la carne, la leche, las frutas y las verduras particularmente para los niños en la edad crítica de crecimiento.

 

Nadie mejor que los docentes de las escuelas públicas conocen la realidad que viven los chicos que llegan a las aulas con el estómago vacío en un país que produce alimentos para cuatrocientos millones de personas pero que es incapaz de darle de comer a los cuarenta millones que viven en el país del trigo y de la carne.

 

Al gobierno le importa más la salud del dólar que la salud de las personas.

 

Como firmante de la Declaración Universal de los Derechos del Niño, la Argentina está obligada a cumplir con las obligaciones incluidas en ese documento, particularmente en el punto cuatro, que dice textualmente: "El niño debe gozar de los beneficios de la seguridad social.

 

Tendrá derecho a crecer y desarrollarse en buena salud. Con este fin deberán proporcionarse, tanto a él como a su madre, cuidados espaciales, incluso atención prenatal y postnatal. El niño tendrá derecho a disfrutar de alimentación, vivienda, recreo y servicios médicos adecuados".

 

¿A quién le importa el hambre?