De ricos y de pobres

Por Juan Carlos Martínez

 

Ciertas obscenidades siempre tienen espacio en los medios de comunicación, principalmente en aquellos que se dedican a difundir frivolidades. Una manera de distraer a la gente de los problemas concretos y visibles que cotidianamente le afectan.

 

Hablar de las familias reales, del oro que las rodea, de los lujos que comparten reyes, príncipes y princesas y de las inmensas fortunas que acumulan las personas más ricas del mundo son estadísticas que no contribuyen para nada a la educación.

 

Más bien están dirigidas a estimular el objetivo central del sistema capitalista: hacerle creer a la gente que el éxito en la vida sólo lo proporciona la acumulación de ese poderoso caballero que es don dinero.

 

Y como dinero y poder marchan juntos, no existe en el mundo mayor conquista que la de figurar en los primeros puestos en la galería de los adinerados.

 

La carrera por lograr los primeros puestos en la acumulación de riqueza aparece en distintas actividades de la vida: empresarios, futbolistas, artistas, políticos, presidentes, ministros, diputados, gobernadores, etc., etc.

 

Para establecer el lugar que cada uno de los ricos ocupa en el ranking, todo depende de simples operaciones matemáticas. Es decir, la suma de las acciones y el dinero que cada uno de ellos tiene en los bancos, en las bolsas de valores o en paraísos fiscales a lo que se agregan palacios, mansiones y abundantes tierras, generalmente apropiadas a punta de fusil.

 

Con los recursos que ofrece la tecnología moderna, es fácil cerrar las cuentas casi con total y absoluta certeza. Eso así, en la mayoría de los casos nunca van a explicar la manera en que los ricos se llenan los bolsillos de oro, aunque todo el mundo sabe que semejantes fortunas nadie las gana trabajando.

 

Lo que no sabemos es si con la misma tecnología podríamos establecer cuáles son las personas más pobres del mundo. ¿Cómo podríamos saberlo? ¿Hay una escala para medir quién es más pobre entre los pobres? ¿Cómo se mide, por ejemplo, el hambre? ¿Cómo establecer el nivel del sufrimiento humano, el dolor, la angustia, las enfermedades y la incertidumbre entre los que padecen las peores calamidades? ¿Alguien estaría en condiciones de ponerle nombre y apellido al más pobre del mundo como le ponen al más rico del planeta?

 

La deshumanización de la vida ha llegado a tal extremo que los pobres se han convertido en objetos descartables. Cada día que pasa hay menos espacio para ellos. Apenas si son números para las estadísticas. Y para los que hacen campaña con la bandera de los pobres mientras trabajan para los ricos.

 

Hace unos años, cuando un alto funcionario del Fondo Monetario Internacional visitó Brasil y le preguntaron qué podría hacerse con los millones de pobres que había en ese país, la respuesta fue tan tajante como cruel: “El fondo del mar”, dijo como si se tratara de desechos tóxicos y no de seres humanos.

 

En sintonía con aquella criminal sugerencia, no hace mucho la actual directora del FMI, preocupada por los recursos previsionales que se destinan a los jubilados y jubiladas y que inciden – según ella- “negativamente” en la economía de los países, dijo que “ahora la gente vive mucho tiempo…(y que) algo hay que hacer”.

 

¿Qué hay que hacer? ¿Qué trabajen hasta el último suspiro de su existencia? ¿Acortarles la vida? ¿Eutanasia social? ¿Una suerte de solución final al estilo nazi? ¿Vaciar las cajas de jubilaciones y que cada cual se arregle como pueda a la espera de la muerte?

 

Lo cierto es que el sistema capitalista no existiría si no hubiera pobres, explotados y esclavizados.

 

Los pobres son, junto a los indigentes, los últimos escalones de una sociedad; en los explotados se incluyen los trabajadores que no perciben el valor de lo que producen –la plusvalía definida por Marx-- y que viven con una espada de Damocles en cuanto a su estabilidad laboral, y los esclavizados son aquellas personas que trabajan sin límite de horarios, que sólo reciben limosnas como moneda de cambio y que cuando el explotador lo dispone, son arrojados a la calle con una mano atrás y otra adelante.

 

¿Qué harían los ricos sin ellos? ¿Barrerían las calles? ¿Limpiarían las plazas? ¿Recogerían la basura? ¿Sembrarían el trigo? ¿Amasarían el pan? ¿Se meterían en las entrañas de la tierra a sacar el oro y dejar la vida prematuramente como la dejan los mineros? ¿Andarían limpiando los ríos de mierda cuando las cloacas vomitan? ¿Dormirían sobre las heladas baldosas de las veredas en pleno invierno?

 

¿Buscarían alimentos en las bolsas de residuos? ¿Vestirían de overol para que funcionen las fábricas? ¿Serían capaces de alfabetizar con los sueldos que perciben los docentes? ¿Vivirían con los miserables ingresos de los jubilados? ¿Estarían en los frentes de batalla reemplazando a los inocentes que mueren en las guerras?

 

Todo eso y mucho más hacen los pobres, los explotados y los esclavizados sólo para recibir las migajas que arrojan los ricos en cada banquete. Para sostener el perverso sistema capitalista.
Por eso la pregunta: ¿Qué harían los ricos sin ellos?