Un año de la partida de Carlos Slepoy

Por Juan Carlos Martínez

 

Hoy se cumple un año de la partida de Carlos Slepoy, uno de los hombres que más ha contribuido a la defensa de los derechos humanos a nivel mundial. De su talento y de su compromiso nació la idea de Justicia Universal para juzgar los delitos de lesa humanidad. En homenaje a su memoria, quiero transcribir el prólogo que Carli escribió para mi libro La Apropiadora, un gesto que me llena de orgullo y que quiero compartir con quienes han tomado como bandera el ejemplo de su vida:

 

He leído casi sin interrupción el borrador de La apropiadora, como lo hiciera allá por el año 1996 con el libro La abuela de hierro. Ambos sobre una misma y tenebrosa práctica: la apropiación de niños durante la última dictadura; ambos sobre la infamia y la grandeza coexistiendo en un mismo tiempo y en un mismo espacio. En ambos, las complicidades de los poderosos para ocultar el crimen y la conjura de los despojados para develarlo.

 

La abuela de hierro relata la odisea de Matilde Artés, Sacha, para recuperar a su nieta Carla a poco de caer la dictadura; La apropiadora, la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo para que se conozca la verdadera identidad de dos jóvenes que posiblemente sean hijos de desaparecidos. Son lecturas obligadas para quienes quieran saber más y mejor sobre los depravados mecanismos utilizados por el grupo social que cometió el genocidio con el fin de suprimir la identidad de los hijos de aquellos a los que asesinaron y acerca de la continuidad, hasta nuestros días, de esa perversión.

 

Sacha y Carla fueron primeras y principales testigos en el proceso judicial que llevó a cabo el juez Baltasar Garzón en relación con los crímenes contra la humanidad cometidos en Argentina. Este magistrado está actualmente suspendido en sus funciones, y procesado porque pretendió aplicar los mismos principios que impulsaron aquel procedimiento a delitos de la misma naturaleza cometidos por la dictadura franquista revelando, entre otros múltiples crímenes, la existencia en España de más de treinta mil niños apropiados. Similar destino corrió el juez argentino Roberto Marquevich por haber pre-tendido conocer la verdadera identidad de los hijos apropiados por la dueña del diario Clarín. La apropiadora relata pormenorizadamente este hecho y otros que demuestran que el entramado de intereses que impulsó y sostuvo a la dictadura sigue tan vivo como entonces. La jerarquía eclesiástica, los grandes medios de difusión, las corporaciones económicas a ellos asociadas, los jueces que investigan y resuelven sobre crímenes de los que fueron partícipes, cohonestados para ocultar la verdad y encubrir sus ilícitos, recorren sus páginas. Y también, como supo hacerlo en La abuela de hierro, Juan Carlos Martínez da cuenta de la lucha desigual pero finalmente victoriosa de unas mujeres cuya indoblegable tenacidad las ha convertido en símbolo y referencia de la dignidad humana.

 

Incluye el libro la vergonzosa sentencia de la Cámara de Casación Penal que confirma una vez más la carrera de obstáculos que deben ser vencidos para conseguir lo que impone un elemental sentido de justicia. Esta resolución, dictada tras más de diez años de dilaciones y peregrinajes en distintos tribunales, sólo admitía la comparación del material genético de los jóvenes que tiene en su poder la apropiadora con los de los familiares de los padres desaparecidos antes de la fecha -con certeza, destaca para mayor escarnio- en que los mismos fueron inscriptos como adoptados. Ello a pesar de que el destituido juez Marquevich acreditó palmariamente la falsedad documental e ideológica de las inscripciones y de que son múltiples los ejemplos de niños de padres desaparecidos inscriptos como nacidos o adoptados en fechas distintas a aquellas en que nacieron o fueron apropiados. Paula Logares, nieta de Elsa Pavón, por ejemplo -citada en la conmovedora carta abierta que Chicha Mariani dirige a Ernestina Herrera y que reproduce el libro-, nacida verdaderamente en 1976 e inscripta como nacida en 1978.

 

La apropiadora condensa y aporta nuevos elementos de conocimiento sobre los hechos que narra cuando ya no parecía posible hacerlo después de todo lo que se ha dicho y escrito sobre los mismos, pero lo que no logra es descifrar, porque parece imposible hacerlo, lo que uno inevitablemente se pregunta al concluir su lectura ¿Cómo es posible que estos dos jóvenes conocidos como 13
Marcela y Felipe, que saben sin duda que no son Marcela y Felipe, ya adultos, no quieran conocer la verdad sobre su origen? 

 

No son los únicos sin embargo. Contrastando con aquellos que como Carla y Paula, y la mayoría de los ya más de cien nietos recuperados, han asumido con valentía, dolor y finalmente alegría el reencuentro con sus familias biológicas y rinden tributo a la memoria de sus padres, hay otros que no han logrado desembarazarse de la mentira que les ha sido impuesta. Es tan intransferible y espeluznante la experiencia que viven y han vivido que no puede haber reproche. Y sin embargo la pregunta permanece. ¿Cómo es posible que se nieguen a saber de dónde provienen, quiénes fueron sus padres, quiénes sus asesinos, por qué se les ha negado saberlo? Este libro, cuyo principal objetivo es desenmarañar la madeja de los múltiples responsables de su secuestro, su apropiación y su sustitución de identidad, quizá caiga en sus manos, lo lean y les ayude a dar el paso hacia la libertad. Si ellos se lo proponen no habrá jaula de oro, ni coacciones, ni jueces, ni fuerza alguna que se los impida.

 

Entre la de otros muchos, esa es la lectura que este libro necesita.

 

Carlos Slepoy