De claveles y pañuelos
Por Juan Carlos Martínez
En 1974 Portugal se encontraba inmerso en una dictadura de más de medio siglo. El 25 de abril de ese año comenzó la llamada Revolución de los Claveles que puso fin a un sistema de dominio que se había extendido a las colonias portuguesas en África.
La historia del nombre dado a la revolución portuguesa nació de un inesperado episodio protagonizado por una mujer que el día que dio comienzo al incruento levantamiento militar debió regresar del lugar donde trabajaba justamente por la revuelta en gestación.
La protagonista se llama Celeste Caeiro (n.2 de mayo de 1933). Ella misma ha contado la historia de los claveles en infinidad de oportunidades, una de ellas a la agencia española EFE.
"No tenía nada más para dar que un clavel", recordó aquella mujer de apenas metro y medio de estatura, camarera, costurera y estanquera de profesión que desde aquel día .pasó a la posteridad como la artífice del nombre de “La Revolución de los Claveles”…
"Nunca esperé que los claveles viniesen a derivar en todo esto, fue un gesto sin segundas intenciones", evocó Celeste.
El 25 de abril de 1974 cumplía un año el restaurante donde Celeste trabajaba. "Los dueños querían hacer una fiesta para celebrarlo y en una fiesta no pueden faltar las flores", contó la mujer.
Al llegar al trabajo "el gerente nos dijo que no se abría ese día porque estaba produciéndose una revolución pero que fuésemos al almacén y nos llevásemos las flores -que había comprado el día anterior- para que no se echasen a perder".
Pero Celeste no regresó a su casa. Bajo el impulso de su curiosidad, decidió verificar personalmente lo que estaba ocurriendo en las calles de la ciudad, recogió varios claveles rojos y blancos y marchó en demanda de su objetivo.
"Me dije para mis adentros: Si hay una revolución, yo quiero ver lo que está pasando".
Celeste llegó hasta la neurálgica plaza del Rossio, justo al inicio del Largo do Carmo, donde los tanques de los sublevados aguardaban nuevas órdenes en una tensa espera desde la madrugada.
"Miré para ellos y le dije a un soldado: ¿Qué es esto, qué están haciendo aquí? 'Vamos para el Cuartel del Carmo, donde está Marcello Caetano, el presidente (heredero del régimen de Salazar)'", le respondieron.
Eran cerca de las nueve de la mañana, y el soldado, que ya llevaba unas horas de guardia, pidió a Celeste un cigarrillo.
"Yo nunca he fumado, pero en aquel momento me supo mal no tener uno. Me fijé si había algo abierto, pero era demasiado temprano, estaba todo cerrado y no había nadie en la calle-Miré a los claveles y le dije que me sabía mal, pero que sólo tenía flores. Cogí un clavel, el primero fue rojo, y él lo aceptó. Como soy tan pequeñita y él estaba encima del tanque, el soldado tuvo que estirar el brazo, agarró el clavel y lo colocó en su fusil", describe pausadamente y con los ojos llenos de lágrimas.
Inmediatamente, el resto de soldados imitaron a su compañero y pidieron a Celeste uno de esos claveles, rojos y blancos, que llevaba bajo el brazo, hasta repartirlos todos.
Poco a poco los claveles fueron pasando de mano en mano de la multitud que había ganado las calles hasta que, horas después, se produjo la caída de la dictadura que dominaba Portugal desde 1926.
Los portugueses hicieron una revolución sin disparar sus fusiles ni cañones.
En lugar de balas, claveles..
Si trasladamos la experiencia portuguesa a la Argentina de hoy, ¿no estaremos construyendo nuestra propia revolución, sin tanques ni cañones, sólo con los pañuelos blancos de las Madres?
¿No serán esos pañuelos la mejor arma para frenar el creciente intento regresivo al que estamos expuestos?
¿Habrá un puente invisible que une aquellos claveles con estos pañuelos?
Si el pañuelo blanco fue decisivo para recuperar la democracia, con más razón debe servir para defenderla.