¡Hasta siempre, Carla!

Por Juan Carlos Martínez (*)

 

Hasta el último instante de su vida luchó contra la adversidad. Muy temprano la arrancaron de los brazos de su madre. Tenía un año y tres meses. Hay que imaginar los efectos que produjo en su psiquis aquel desprendimiento. Empezaba para ella un calvario que se prolongó nueve años. El monstruo que se apropió de ella la maltrataba como si quisiera extender en aquella criatura el odio a sus padres. Dos jóvenes empeñados en cambiar el mundo de injusticias en el que vivían. Latinoamérica era entonces la tierra de sus sueños revolucionarios. A su padre lo asesinó la dictadura de Hugo Banzer. Su madre se perdió para siempre en Automotores Orletti, aquel centro de tortura y muerte donde estuvo cautiva con su pequeña hija.

 

El 24 de agosto de 1985 su abuela la recuperó. Carla volvía a ser Carla. Diez años recién cumplidos. Su infancia fue un calvario. Vivió rodeada de las bandas de la Triple A. Armas y dinero en lugar de muñecas o libritos de cuentos. Comenzaba para ella otra historia. Había que reconstruir una vida sobre el dolor y el sufrimiento, el engaño y la mentira. Le habían cambiado su identidad. Pero su sangre guardaba la verdad de su origen biológico. Un nuevo mundo comenzaba la noche que se abrazó con su abuela en tribunales.

 

“Sí, soy tu abuela… hace nueve años que te estoy buscando” le dijo Matilde Artes mientras la envolvía en sus brazos como el más preciado tesoro. Un torrente de lágrimas inundó los verdes ojos de la abuela. El corazón de Carla y el de Sacha latían como late el corazón de un atleta al final de un supremo esfuerzo. A finales de 1985 disfrutó con su abuela las primeras vacaciones en libertad. En el Alto Valle de Río Negro y Neuquén, conoció la otra cara de la vida. La que el genocida Ruffo le había ocultado. Sin custodios, sin los Ford Falcon en el que viajaba por las calles de Buenos Aires, sin los miedos que vivió con Ruffo en fuga por todo el país, aquellas vacaciones en el sur fortalecieron mucho más la relación que había iniciado con su abuela en tribunales.

 

La historia familiar que Sacha le contaba mostrando fotos de su madre tan parecida a ella, resultaron decisivas para que Carla se reencontrara con sus raíces. Soy Carla, repetía mirándose al espejo a veces con la foto de su madre pegada a su carita. Somos iguales, abuela, decía en el reencuentro consigo misma. De regreso a Buenos Aires, ya en el nuevo año, Carla continuó con sus interrumpidos estudios primarios, ahora en el Colegio Mariquita Thompson, cerca del departamento de la Avenida de Mayo, al lado del histórico Café Tortoni. Allí, ella y su abuela fueron asiduas visitantes a la hora del desayuno.

 

En la otra cuadra, al setecientos, Carla iba a tomar helados después de saborear la pizza porteña, uno de sus platos preferidos. Veintitrés años después, cuando volvió al país para dar su testimonio por el plan sistemático del robo de bebés, me pidió que le acompañara a aquella heladería. “Esa mujer me atendía cuando venía a tomar helados, ¿te acuerdas? me dijo con ese acento español incorporado en más de veinte años de vida madrileña, mientras iba agregando otros detalles para rememorar aquel lejano tiempo que sólo su prodigiosa memoria podía recordar con lujo de detalles. Un año después, otra vez la Argentina de la que había escapado con su abuela en el invierno de 1987, luego de aquella amnistía encubierta que fueron el punto final y la obediencia debida. Ahora regresaba con sus tres hijos – Graciela, Anahí y Enrique- corrida de España por la grave crisis económica. A los 32 años, Carla comenzaba una nueva etapa de su vida, de la que ya hemos hablado en las páginas de este libro. Nueve años después, cuando parecía que su matrimonio con Nicolás Biedma y la llegada de Nina, su primera nieta, compensarían el calvario que vivió desde muy pequeña, el 22 de febrero de 2017, a los 41 años, Carla perdió la última batalla de su vida frente a una cruel enfermedad. Los que la conocimos y compartimos con ella y su abuela el regreso a la vida, al amor y a la libertad la seguiremos llevando en nuestra memoria y en nuestros corazones. ¡Hasta siempre, Carla!

 

(*) Este artículo ha sido incluido al final de una nueva edición del libro La Abuela de Hierro que será traducido al idioma francés por Amandine Cerutti, docente de la Universidad de Limoges (Francia). Hoy, 22 de febrero, se cumple un año del fallecimiento de Carla.