Si hay hambre, que no se note
Por Juan Carlos Martínez
Como toda persona insensible que habla del hambre con el estómago lleno, Elisa Carrió cree que para saciar el que sufren los que ayunan cotidianamente, todo lo que se encuentre a mano sirve.
Un proyecto presentado por Carrió plantea que grandes cadenas de supermercados donen comida a quienes están en condición de indigencia pero sin ningún tipo de responsabilidad en caso de que la comida produzca problemas en la salud de quienes la ingieran.
¿Vale tan poco la vida de los pobres que no importa si lo que van a consumir los hambrientos sea riesgoso para la salud humana?
Después de tan cristiano gesto, seguramente que Carrió se fue a dormir con la conciencia en paz mirando la TV y esperando el diario de la mañana en cuyas páginas aparecería, en lugar destacado, junto a su foto, un resumen de su humanitaria propuesta.
Mientras tanto, el flagelo del hambre continúa extendiéndose por toda la geografía de un país de 45 millones de habitantes que produce alimentos para cuatrocientos millones de personas.
Y uno se pregunta: Si es así, ¿por qué hay tanta hambre en la Argentina?
Alguna vez el obispo brasileño Helder Camara puso el dedo en la llaga con unas reflexiones que vienen a cuento. “Si le doy de comer a un hambriento, todo el mundo ponderará mi gesto, pero si pregunto por qué esa persona tiene hambre, me dirán que soy comunista”.
Ni Carrió ni los de su clase se plantean esa pregunta.
Bucear en el fondo de la realidad puede mostrarles lo que tratan de ocultar.
Para ellos, la pobreza y el hambre no derivan de la injusticia de un perverso sistema económico sino de la fatalidad.
Algo así como un fenómeno de la naturaleza.
Para ellos el pobre es pobre porque elige ser pobre.
Así de claro, así de cruel.
Lo que les importa es crear escenarios propicios para ocultar la cruda realidad.
Si hay hambre, que no se note.