Periodismo amarillo, gobierno amarillo
Por Juan Carlos Martínez
Una regla de oro del periodismo consiste en verificar los datos reunidos para la información que ofrece a sus lectores, oyentes o televidentes, es decir, al medio que utiliza para esa tarea. Cuando esa regla no se cumple, el periodismo se expone a erosionar o perder el más caro patrimonio que tiene, que es su credibilidad.
Porque una cosa es el error al que todo humano es proclive y otra muy distinta es la falta de rigor a la hora de elaborar una noticia o un comentario, mucho más cuando se trata de emitir juicios de valor. Eso se conoce como periodismo amarillo.
Nunca como ahora, al menos en la Argentina, el periodismo amarillo se ha convertido en una réplica de lo que surgió a finales del siglo XIX en lo que se conoció como la batalla periodística.
La protagonizaron dos diarios norteamericanos: el New York World y el New York Journal.
Ambos periódicos fueron acusados de magnificar determinadas noticias para aumentar sus ventas sin el menor cuidado por la veracidad de lo que publicaban.
A esa forma de hacer periodismo al margen de todo principio ético se le conoce desde entonces como periodismo amarillo.
En la Argentina la batalla del periodismo amarillo hoy la libran dos grandes medios gráficos a los que se suman radios y canales de televisión que siguen esa línea tan extraña al buen periodismo.
Los cultores de ese periodismo amarillo están escribiendo su propia historia contribuyendo a la degradación de una profesión a la que Gabriel García Márquez calificó como la más hermosa de todas.
No es casual que el periodismo amarillo en la Argentina haya tomado impulso en coincidencia con un gobierno que ha elegido el color amarillo como bandera y que por su forma de ejercer el poder bien podría identificarse como el creador del gobierno amarillo.
Un país que se informa a través del periodismo amarillo y se somete a las reglas que impone un gobierno amarillo, está frente a una grave encrucijada.
A ver si lo entendemos.