La picana y la paleta

Por Juan Carlos Martínez

 

“El ex jefe de la Policía Provincial, Luis Enrique Baraldini, pasa estas horas en la vivienda de una de sus hijas, dedicado a la lectura y también muchos momentos frente a un lienzo y con una paleta de pintura en una de sus manos dibujando distintos motivos”.

 

El párrafo entrecomillado es el comienzo de la información que publicó el diario La Arena en su sitio de Internet con respecto a Luis Baraldini. el ex jefe de la policía pampeana durante el terrorismo de Estado, quien acaba de instalarse en la casa de una hija para cumplir la prisión domiciliaria con la que ha sido increíblemente beneficiado.

 

La descripción que hace el diario podría inducir a cualquier lector despistado a convertir al victimario en víctima y al torturador con un artista plástico que regresa de su injusto encierro y desgrana sus horas plasmando en el lienzo su espíritu humanamente creativo.

 


Es casi tragicómico que el hombre que manejó la picana sobre cuerpos humanos sea presentado como si se tratara de un alumno de Picasso que estampa, paleta en mano, lo que su castrense imaginación le va dictando en el paisaje pampeano donde todavía se escuchan los gritos de los hombres y mujeres sometidos a torturas, violaciones y otras humillaciones por las que ha sido condenado a prisión perpetua.

 

La crónica del diario no habla de Baraldini escritor. Sólo dice que lee y pinta.

 

¿Qué lee Baraldini? ¿La Biblia? ¿La Constitución? ¿La Carta sobre Derechos Humanos? ¿El NUNCA MÁS? ¿Los poemas de Neruda? ¿O lee Mi Lucha, de Hitler?

 

¿Qué pinta el monstruo? ¿Angelitos? ¿Mujeres violadas? ¿Hombres torturados? ¿Madres clamando por sus hijos? ¿Niños robados? ¿Abuelas buscando a sus nietos? ¿El rostro de Santiago Maldonado?

 

En tiempos como los que vivimos en la Argentina, donde la amnesia voluntaria y la manipulación de la verdad histórica se confunde para confundirnos, tenemos que ser muy cuidadosos a la hora de hablar de nuestra historia reciente y de sus protagonistas.

 

Es peligroso, extremadamente peligroso que no sepamos distinguir la distancia que hay entre víctimas y victimarios, entre un artista y un genocida y la que separa a la paleta de un pintor con la picana de un asesino.