Segunda carta para Felipe

Estimado Felipe. Aunque no recibí respuesta de tu parte sobre mi anterior carta, vuelvo a escribirte con la esperanza de que alguien de tu confianza te las acerque o siquiera te las comente. Tarea que sólo podrá hacer alguien que te quiera de verdad. No por el oro que has recibido a cambio de la verdad de tu historia sino por ese irrenunciable derecho humano que todos tenemos de conocer nuestro origen biológico. Es decir, el derecho a saber quiénes son nuestros verdaderos padres.

 

En mi primera carta te hacía un reproche por el regocijo que habías manifestado al conocer que la jueza Sandra Arroyo Salgado había sobreseído a Ernestina Herrera de Noble por tu apropiación y la de tu hermana postiza Marcela y por la apropiación de Papel Prensa que el Grupo Clarín había consumado durante la dictadura militar. Dos delitos de lesa humanidad.

 

En aquella carta te decía que tu apropiadora había hecho una suerte de confesión con respecto a vos, a Marcela y a los padres biológicos de ambos. Lo escribió en la edición del 12 de enero de 2003 en el diario Clarín y decía, entre otras cosas: "muchas veces he hablado con mis hijos sobre la posibilidad de que ellos y sus padres pudieran haber sido víctimas de la represión ilegal". Se refería, obviamente, a tus padres biológicos a quienes incluía cómo posibles víctimas de la dictadura.

 

Todo el mundo entendió lo que dijo entonces tu falsa madre: que tus padres biológicos habían sido desaparecidos y que vos y Marcela eran hijos de desaparecidos, aunque siempre te ocultaron la verdad.

 

Hablar de personas desaparecidas es hablar de crímenes espantosos, de delitos de lesa humanidad. No sé si en algún momento de tu vida has tomado conciencia de lo que significa ser hijo de desaparecidos. De andar por la vida con nombre ajeno. Con una historia que no es la que pensaron tus padres cuando te trajeron al mundo.

 

Tengo la impresión de que no lo has entendido, ni siquiera ahora que sos padre. ¿Sabés por qué mi duda? Mi duda nace -para decírtelo suavemente- a raíz de una reciente cuan desgraciada actitud de tu parte. Me refiero al ofensivo montaje que has difundido por las redes sociales sobre la desaparición forzada de Santiago Maldonado.

 

Imaginar que un choripán y una caja de vino serían suficientes para que se produzca el regreso de Santiago es un golpe muy bajo que está en sintonía con el canallesco tratamiento que de este caso se hace desde el diario que has heredado.

 

¿Te das cuenta la cruel paradoja en la que estás inmerso? El hijo de desaparecidos en dictadura se burla de un desaparecido en democracia.

 

Santiago tiene 28 años. La misma edad que tenían los miles y miles de desaparecidos durante el terrorismo de Estado. La misma edad que tenían muchos de los padres de aquellos niños robados durante el terrorismo de Estado. Quizás la misma edad que tenían tus padres biológicos. ¿No has pensado en esas coincidencias?

 

La persona que te anotó como hijo propio y con el apellido de un fallecido siete años antes, tenía cincuenta años cuando se apropió de vos y de Marcela. Tu apropiadora no tenía la edad de una madre. A esa altura podía ser tu abuela y la abuela de Marcela.

 

Esa mujer se fue de este mundo impune a pesar del doble delito cometido. Como haberte cambiado tu identidad y la historia que para vos pensaron tus padres biológicos cuando decidieron darte la vida.

 

¿Nada de eso te importa? ¿No te importa que esas preguntas algún día te las hagan tus hijos?

 

Antes de ofender a Santiago Maldonado deberías pensar en tus padres que no conociste porque alguien los hizo desaparecer. Ese es el dato preciso, aun si no hubiesen sido desaparecidos por la dictadura. Pero ellos desaparecieron. Desaparecieron de tu vida, de tu historia.

 

Me duele decirte que cuando te burlás de Santiago Maldonado te estás burlando de los 30.000 desaparecidos, te estás burlando de tus propios padres, te estás burlando de tu propia sangre.

 

Todo eso me duele y me entristece.

 

Juan Carlos Martínez
Autor del libro La Apropiadora