Verna y los desaparecidos
Por Juan Carlos Martínez
Coherente con la clásica postura del oportunista consuetudinario que lo caracteriza, después de colocar su voto en la urna, Carlos Verna buscó la manera de impactar en la sensibilidad humana recordando que los argentinos asistíamos al acto cívico con la carga de un desaparecido.
Obviamente, se estaba refiriendo a Santiago Maldonado, desaparecido por Gendarmería, que es como decir por el Estado.
Otra desaparición forzada de personas que se suma a las treinta mil que produjo la dictadura militar y a las decenas y decenas registradas en democracia desde 1983 durante todos los gobiernos, desde Alfonsín para adelante.
Desde entonces hasta hoy, en todas las elecciones los argentinos hemos votado bajo la sombra de los treinta mil desaparecidos por la dictadura y por los que desaparecieron en democracia, algunas de esas víctimas en territorio pampeano.
Acordarse de la desaparición de Santiago Maldonado sin agregar la palabra forzada y sin mencionar la responsabilidad directa del gobierno en el grave suceso pone de manifiesto el doble discurso al que Verna apela para quedar bien con Dios y con el diablo.
La superficialidad que Verna emplea cada vez que aborda estos temas se puede entender por la estrecha relación que tuvo con un policía condenado por delitos de lesa humanidad y por los vínculos que mantiene con uno de los delatores que entregaban listas negras a Camps cuando el carnicero de Buenos Aires andaba de cacería humana por La Pampa.
Eran los años de plomo.
Pero en democracia también hubo y hay plomo. Plomo asesino como el que terminó con la vida de otro Santiago. El cazador de liebres Santiago Garialdi, ejecutado por un policía que apretó el gatillo tal como lo había ordenado el ministro de Seguridad.
“El primer tiro, al aire, el segundo, a la cabina” ordenó el condenado Juan Carlos Tierno como si los ocupantes del vehículo fueran terroristas que huían después de haber cometido un atentado criminal con decenas de muertos.
Tierno sigue siendo ministro a pesar de tener un muerto en el placar y una pila de heridos y perseguidos en su denso prontuario.
Tal como están las cosas, seguramente que el hilo de cortará por lo más delgado, en este caso con la condena al policía que ejecutó una orden mientras que el que la impartió –autor intelectual del asesinato- seguirá gozando de su larga impunidad.
¿Qué diferencia hay entre el Santiago asesinado por el Estado y el Santiago desaparecido por el Estado?
No hay peor mancha para de la democracia que cargar sobre sus espaldas con muertos o desaparecidos que no concurren a las urnas porque el Estado es el responsable de sus ausencias.