¡Arrividerci, clase media!

Por Juan Carlos Martínez

 

La clase media, en general, votó a Macri en sintonía con su demostrada concepción conservadora. Lo hizo convencida de que la distribución de la riqueza hacia abajo -aún la más mezquina- le dificultaría o impediría acceder a apetecibles bienes de consumo, amasar dólares, cambiar el auto todos los años, lucir ropa de marca, comer en los mejores restaurantes, mandar a sus hijos a colegios y universidades privadas y viajar al exterior.

 

A poco más de un año y medio del gobierno de Cambiemos, la clase media argentina está sintiendo en carne propia el sacudón generado por las políticas de ajuste aplicadas sin piedad por los ricos que se apropiaron del poder, esta vez sin golpear las puertas de los cuarteles.

 

Ya no es necesario salir a las calles con tanques y cañones para derribar gobiernos. Ahora alcanza con ese ejército de avanzada que son los grandes medios de comunicación. Ellos preparan el caldo de cultivo para que jueces y legisladores funcionales al sistema ejecuten la sentencia.

 

El éxito de esta nueva forma de derribar e instalar gobiernos desconociendo la voluntad popular, violando leyes y tratados internacionales lo reflejan el desplazamiento de Dilma Rousseff y la condena a Lula en Brasil.

 

La Argentina en manos de un gigantesco y corrupto poder económico avanza en la misma dirección y por la misma vía confiando en que las elecciones legislativas de octubre le darán el oxígeno que necesita para continuar haciendo estragos a lo largo y a lo ancho del país.

 

Mientras tanto, como hemos dicho, amplios sectores de la clase media están recibiendo el fuerte impacto negativo producido por las políticas de ajuste.

 

El interrumpido derrame hacia abajo y el selectivo derrame hacia arriba también repercute en sus bolsillos, tal como quedó demostrado en estos días en la ciudad de La Plata cuando cientos y cientos de personas de clase media hicieron largas colas para comprar alimentos y enseres domésticos que un banco oficial les ofrecía con importantes descuentos y a pagar con tarjetas de crédito.
Filantropía en tiempos electorales.

 

En esa avalancha humana aparentemente no había pobres, al menos por la carga que se observaba en los changuitos que, a tenor de la incesante escalada de los precios, no podría estar al alcance de los sectores más vulnerables.

 

Entre los indicadores que muestran descarnadamente la realidad se encuentra la impresionante baja en el consumo de alimentos, incluidos los básicos como el pan, la leche, la carne y frutas y verduras.

 

Ni hablar de la encrucijada en la que están inmersos los jubilados que tienen que optar entre los remedios y la comida en medio de una inflación galopante, el incesante aumento de los precios de la canasta familiar, el cierre de empresas y la consiguiente ola de despidos.

 

Personas que hasta no hace mucho tiempo comían bien, hoy comen mal y entre las que comían mal abundan las que ahora pasan hambre.

 

Realmente es criminal que un país que produce alimentos para cerca de quinientos millones de personas no pueda darle de comer a cuarenta y cinco millones de habitantes.

 

Si la mayoría sigue apostando a las impiadosas políticas neoliberales, es posible que en un futuro no muy lejano en la Argentina la sociedad se divida en dos clases: la de los ricos cada vez más rico y la de los pobres cada vez más pobres.

 

Habrá llegado el momento de decir: ¡Arrividerci, clase media!