La Iglesia quiere ver a Dios y al diablo juntos
Por Juan Carlos Martínez
Fuentes de la Conferencia Episcopal anunciaron el comienzo de un programa tendiente a buscar una reconciliación sobre lo ocurrido durante la dictadura militar “para lo cual recibirá testimonios directos de grupos familiares de desaparecidos y de militares”.
No es la primera vez que la Iglesia Católica intenta hacer borrón y cuenta nueva sobre uno de los más graves capítulos vividos por la Argentina durante el terrorismo de Estado.
La palabra reconciliación vuelve a aparecer en el amnésico lenguaje de la jerarquía católica.
Y no es casual que contemporáneamente se haya producido el aberrante fallo de la Corte legalizando la ilegal vigencia del dops por uno a favor de asesinos, torturadores y apropiadores de niños.
Es la misma estrategia que viene utilizando la Iglesia –hasta ahora sin éxito- para lavar sus propias culpas por el rol de complicidad que tuvo con la sangrienta dictadura en aquellos años.
Dicho esto con el respeto que merecen los mártires que tuvo la propia Iglesia, aunque esa circunstancia no la exime de su ineludible responsabilidad institucional, tanto por lo que hizo como por lo que dejó de hacer.
Se dice que los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo.
También puede decirse que los pueblos que dan la misma entidad a las víctimas que a los victimarios están condenados a vivir sin Justicia.
Y ya se sabe que donde no hay justicia predomina la ley de la selva.
¿Alguien imagina a Madres y Abuelas estrechando las ensangrentadas manos del genocida Miguel Etchecolatz?
¿Cómo se concilia la relación de los represores de la Noche de los Lápices con los familiares de aquellos chicos?
¿Qué explicación daría la Iglesia para que se den la mano los jueces de la Constitución con los jueces de capucha?
¿La Iglesia podría bendecir en un mismo acto a los apropiadores de niños con las Abuelas que encontraron a sus nietos y con las que todavía los buscan?
¿Es lo mismo el cura Christian von Wernich que el obispo Angelelli?
¿Los familiares de las víctimas arrojadas al mar en los vuelos de la muerte irían a España para perdonar a Scilingo?
¿Cómo harían las mujeres abusadas sexualmente en los campos de concentración para reconciliarse con los abusadores?
¿El amor y el odio son la misma cosa?
¿Da lo mismo defender la vida que apostar a la muerte?
¿Democracia y dictadura pueden convivir en un mismo espacio?
Si el proyecto en gestación pasa por ese recorrido, sólo faltaría impulsar la reconciliación de Dios con el diablo bendecida por la propia Iglesia, cuya máxima jerarquía –Jorge Bergoglio- formó parte activa de la complicidad con la dictadura cívico-militar-clerical.