Del Ford Falcon al patrullero policial

Por Juan Carlos Martínez

 

Durante la dictadura militar la presencia de los Ford Falcon merodeando por las calles, sobre todo de noche, eran una clara señal de peligro.

 

Convertidos en cárceles ambulantes, los grupos de tareas los utilizaban para la sistemática cacería humana que se desató a partir del 24 de marzo de 1976.

 

La capacidad de sus baúles y la amplitud de sus asientos permitía cargar a las víctimas maniatadas, encapuchadas o con los ojos vendados.

 

Era el paso previo a la solución final pergeñada por los comandantes del genocidio.

Cautivado por el buen servicio (sic) que prestaban aquellos coches, el general Albano Harguindeguy, entonces ministro del Interior, decidió la compra directa de noventa Ford Falcon “no identificables” destinados a aquella faena pergeñada por los matarifes que habían tomado el poder en nombre de Dios y la libertad.

 

La compra se concretó a través de expediente secreto 274/77 refrendado por el decreto 3630/77 firmado por Harguindeguy.

 

Los noventa Ford Falcon se sumaron a 179 autos de las mismas características distribuidos en varias provincias, cuyos “excelentes resultados” se destacan en la documentación que sobrevivió a la destrucción de esos archivos ordenada por la dictadura.

 

Algunos sobrevivientes de la cacería humana que conocieron por dentro aquellas cárceles ambulantes no pueden ocultar la impresión que les produce la presencia de un Ford Falcon desplazándose por las calles.

 

Como ocurrió en julio del año pasado cuando una de aquellas tramperas se mezcló en el desfile oficial del 9 de julio en la ciudad de Buenos Aires.

 

LOS PATRULLEROS POLICIALES

 

Salvando las distancias (que a veces se acortan) entre aquella sangrienta dictadura y el sistema democrático en el que vivimos, por momentos los patrulleros de las policías de todo el país exhuman el mal recuerdo de los Ford Falcon que utilizaba el terrorismo de estado para el secuestro de personas.

 

Las escenas que suelen verse en los medios de comunicación y en las redes sociales, captadas por ciudadanos de a pie, traen a la memoria aquel ominoso pasado y nos invade –al menos a quienes vivimos ese tiempo- una inquietante preocupación.

 

Sobre todo por la escala represiva que se advierte en todo el país bajo el llamado protocolo de seguridad, que no es otra cosa que legalizar el uso de la fuerza que tiene el Estado para cometer todo tipo de atropellos.

 

La detención de personas en la vía pública o en los medios de transporte sin más pruebas que la subjetividad de los policías, particularmente cuando los elegidos son jóvenes de los sectores más vulnerables, no es un método que encaje en un sistema democrático.

 

Las escenas se repiten sin solución de continuidad a cualquier hora y a la vista de todo el mundo. Detener, esposar y golpear a una persona –no importa si es menor de edad- y cargarla a la fuerza en un patrullero policial se ha convertido en un ejercicio permanente de quienes creen que ellos pueden hacer lo que les corresponde hacer a un fiscal o a un juez.

 

Hablábamos más arriba de salvar las distancias entre la sangrienta dictadura y la democracia en la que vivimos, pero si este tipo de abusos continúan, alguien podrá decir que los patrulleros policiales de la democracia son los Ford Falcon de la dictadura con patente.

 

No todas las comparaciones son odiosas.