Justicieros
Por Juan Carlos Martínez
“Habría que estar en la piel de este hombre” dijo el entonces presidente Carlos Menem cuando un ingeniero de apellido Santos mató a dos muchachos que le habían robado el pasacasete de su auto.
Una vez consumado el robo, los dos ladrones se dieron a la fuga, pero el ingeniero Santos fue en busca de un arma, subió a su auto, los persiguió hasta darles alcance y los mató sin más trámite. Un pascassete valía más que dos vidas.
Fue uno de los tantos casos de justicia por mano propia avalado por la máxima autoridad política del país. Todo un estímulo para quienes creen que la ley de la selva es la que debe aplicarse para castigar a quienes se apropian de lo ajeno, salvo que se trate de ladrones de guante blanco.
Justicia por mano propia es la que acaba de aplicar un carnicero en la ciudad de Zárate contra uno de los dos ladrones que momentos antes habían robado en su comercio .dándose a la fuga en una motocicleta.
Luego de recorrer unos cuatrocientos metros en su automóvil, el carnicero embistió a la motocicleta y su conductor quedó atrapado entre el paragolpes del auto y la columna de un semáforo con graves lesiones mientras unos vecinos, convertidos en matarifes, terminaron la faena moliendo a golpes al ladrón que murió mientras era trasladado a un centro médico.
Esta vez no fue Menem sino Macri el presidente que hizo la apología de la justicia por mano propia al calificar al carnicero de “un ciudadano sano y tranquilo” que no debería estar privado de la libertad sino en su casa.
Este nuevo hecho de barbarie estuvo precedido del que protagonizó unos días antes un médico que mató de cuatro tiros a un muchacho que intentaba robarle el auto diciendo que había actuado en defensa propia, un argumento que al parecer resulta insostenible para la fiscalía.
ALGUNAS REFLEXIONES
La oportunidad es propicia para ensayar algunas reflexiones como las que en su momento hicimos acerca de la aparición de los devotos de hacer justicia por mano propia, particularmente si los merecedores de la aplicación del ojo por ojo, diente por diente pertenecen a los sectores más vulnerables de la sociedad.
Lo que sigue decíamos no hace mucho tiempo al analizar uno de los tantos casos de justicia por mano propia.
-Como si de pronto hubiese germinado en la conciencia colectiva de un sector de la sociedad un brote de salvajismo, “pacíficas y respetables” personas se han convertido en impiadosos justicieros.
-Violando elementales derechos humanos, una horda de justicieros mató a golpes en la vía pública y a plena luz del día a imaginarios, presuntos o reales arrebatadores de carteras.
-Con un regocijo propio de los verdugos que gozan con la muerte de la víctima, los justicieros desaparecieron de la escena de los hechos, en las redes sociales se festejaron los crímenes y hasta un juez justificó los linchamientos con el increíble argumento de que se trató de la reacción “ante un delito o una injusticia”.
-Ni falta que hace decir que los ajusticiados eran jóvenes de piel morena y de condición humilde, la carne de cañón que los mentores de la seguridad pública utilizan para esconder los males generados por la propia sociedad, por aquellos que ensayan diagnósticos de la realidad con el estómago lleno.
-Si el inhumano recurso empleado por estos justicieros se aplicara a quienes han cometido delitos o injusticias mucho más graves que el arrebato de una cartera, la Argentina se convertiría en una carnicería bajo el imperio de la ley de la selva.
-En este caso, la galería de ajusticiados sería interminable. Desde los ladrones de guante y de piel blanca hasta los asesinos, torturadores y apropiadores de niños.
-Ninguna de las miles de víctimas de esas atrocidades ha intentado hacer justicia por mano propia, ni siquiera cuando se cruzan con sus verdugos en la calle, en un supermercado o en algún juzgado donde se los está sometiendo a juicio por delitos de lesa humanidad.
-No con la ley de la selva sino con la ley que les garantiza los derechos que ellos no les dieron a sus víctimas”.
A ver si de una vez por todas entendemos que no estamos regidos por la ley de la selva… ¿o sí?