La génesis de la corrupción
Por Juan Carlos Martínez
“Esta disposición a admirar, y casi a idolatrar, a los ricos y poderosos, y a despreciar o, como mínimo, ignorar a las personas pobres y de condición humilde es la principal y más extendida causa de corrupción de nuestros sentimientos morales” (Adam Smith).
Es increíble cómo mucha gente reproduce la información que ofrecen los grandes medios de comunicación, sobre todo la televisión, y la repite como si se tratara de verdades absolutas.
Eso demuestra la influencia que ejercen los medios en amplios sectores de la sociedad que de esa manera se convierten en re-transmisores de cuanta información reciben dándola por cierta sin extender la mirada más allá de lo que escucha en la tele, en la radio o lo que lee en los diarios.
La ausencia de ese espíritu crítico que es necesario emplear antes de aceptar cualquier tipo de información es lo que amplía el campo de la ignorancia –dicho sin ánimo peyorativo- y que sirve al sistema capitalista y a los gobiernos que lo representan para sembrar y cosechar los mejores frutos.
El escandaloso caso protagonizado por el ex funcionario kirchnerista José López ha puesto al desnudo el efecto que está produciendo en la opinión pública el cinematográfico operativo que finalizó en un convento de General Rodríguez donde el ladrón de guante blanco se desprendió de un tesoro de más de ocho millones de dólares arrojando bolsas de la calle al interior del inmueble.
Curiosa manera de esconder el botín de las coimas teniendo las llaves del convento y los recursos que ofrece la tecnología y los lavadores de dinero para buscar escondites más seguros como los que utilizan otros ladrones de guante blanco que depositan sus “ahorros” en Panamá o en otros paraísos fiscales.
Negar la gravedad del caso sería demasiado burdo, pero tomarlo como si se tratara del descubrimiento de la génesis de la corrupción forma parte de la estrategia de la distracción, como bien nos ilustra Noam Chomsky.
Porque mientras colocan a José López como el símbolo de la corrupción por haber robado ocho millones de dólares o, quizás, muchísimo más, los argentinos disfrazados de impolutos –entre ellos el presidente Macri y varios de los millonarios quienes integran su gobierno- sacaron del país alrededor de cuatrocientos mil millones de dólares malhabidos que el gobierno de Macri intentó blanquear en el mismo Congreso de la Nación que votó a favor del pago a los fondos buitre, de los despidos de miles y miles de trabajadores y modificaciones al sistema previsional para convertir a los hombres y mujeres que están en condiciones de jubilarse y no reúnan los aportes, en otra variable de ajuste.
Como el que ya están sufriendo los asalariados y los jubilados con la brutal devaluación y la gigantesca depreciación de sus ingresos, a lo que suma el descomunal incremento en el precio de los medicamentos, lo que en buen romance coloca a los viejos en la cruel disyuntiva de elegir entre los remedios y la comida.
Si todo eso y lo que puede agregarse no es corrupción ¿qué nombre hay que ponerle?
La corrupción no empieza ni termina en tipos como José López. Viene desde muy lejos. Es ínsita al sistema capitalista. Se manifiesta en las grandes desigualdades que existen en un mundo en el cual los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres..
Si las sesenta y dos personas más ricas del mundo suman el equivalente de la riqueza de tres mil seiscientos millones de habitantes del planeta tierra, está clarísimo que semejantes desigualdades no pueden darse si los sesenta y dos multimillonarios no hubiesen transitado por los laberintos de la corrupción.
Lo que les sobra a esas sesenta y dos personas es lo que les falta a millones de seres humanos a lo largo y a lo ancho del universo. La abundancia del dinero en pocas manos es la que genera la abundancia del hambre y otras necesidades básicas en millones de hombres, mujeres y niños.
¿Cuánta sangre, sudor y lágrimas ajenas regaron los caminos que esas sesenta y dos personas recorrieron para alcanzar tanta riqueza?
En el mundo de nuestros días, las democracias, incluso las que han sido muy sólidas, están contaminadas por el virus de la corrupción. Gobernantes que acceden al poder llevando sobre sus espaldas densos prontuarios y hasta condenas por delitos económicos que permanecen impunes porque hay muchos jueces que también forman parte de esa corrupción. Claro que con las excepciones que no hacen más que confirmar la regla.
La Argentina no ha quedado al margen de la degradación que invade al sistema democrático, convertido en la nueva herramienta que se utiliza para imponer un modelo económico que antes se instalaba a través de cruentos golpes militares.
El voto de la gente es el argumento central para justificar un sistema que en nombre de la democracia apela a métodos antidemocráticos para imponer políticas que perjudican a las mayorías, incluso a quienes les dan el voto a esos políticos.
Con indumentaria democrática se han cometido y se cometen las mayores atrocidades contra la democracia.
Una cosa es la democracia formal y otra muy distinta es la democracia real.
No es casual que entre las voces de repudio a la corrupción aparezcan la de quienes han hecho de la corrupción un culto y la de aquellos que reniegan de la política tratando de deslegitimar una de las herramientas fundamentales que tienen los pueblos para proteger y avanzar en la conquista de sus derechos.
No utilicemos a este bandido López como si fuera la génesis de la corrupción y levantemos la vista para mirar la realidad más allá de lo que nos muestran (y nos ocultan) los grandes medios de comunicación que, dicho sea, no son ajenos a la corrupción, un flagelo que ha alcanzado dimensión universal.
La corrupción ha estado presente en todos los gobiernos –en unos más que en otros-, pero que Mauricio Macri califique lo de López como un bochorno es una clara subestimación a la inteligencia de todos los argentinos y una muestra más de la desfachatez del inefable presidente argentino.