De Menem a Macri
Por Juan Carlos Martínez
Carlos Menem y Mauricio Macri iniciaron sus respectivas gestiones como presidentes con un pie en la democracia y otro en la dictadura. El acercamiento a los militares fue una estrategia que ambos emplearon por distintos caminos pero con un mismo fin: que los generales, almirantes y brigadieres dejaran de apuntar con sus fusiles al corazón del poder político como había ocurrido durante el gobierno de Raúl Alfonsín.
El primer paso que dio Menem en esa dirección se produjo el mismo día de su asunción cuando las fuerzas armadas desfilaron por las calles de Buenos Aires, un gesto con el que el nuevo presidente tendía un puente de plata entre el poder civil y el poder militar.
Hacía mucho tiempo que los militares no salían masivamente de los cuarteles para mostrarse en público. El desprestigio y la impopularidad ganados por las atrocidades cometidas durante la dictadura y la posterior aventura de Malvinas eran lastres que los obligaba a recluirse en sus madrigueras.
Pero Menem lo hizo con total y absoluto desparpajo. No le importaron los juicios vertidos en su carrera hacia la Casa Rosada. "El único punto final para los asesinos es la cárcel" decía el título de un lapidario comentario que publicó en el diario La Razón el 9 de diciembre de 1986.
Se refería, obviamente, a la decisión del entonces presidente Alfonsín de preparar atajos como el punto final que en el fondo era una suerte de amnistía que luego completó con la ley de obediencia debida.
"La única manera de cerrar para siempre las puertas del horroroso pasado -agregaba Menem- es no interfiriendo en la labor del Poder Judicial. La única garantía para mirar con limpieza hacia el futuro reside en la aplicación de la ley".
El documento de Menem era un brillante alegato contra la impunidad.
Veamos.
--"Nadie tiene derecho a no responder por sus culpas, sea militar o civil.
-Nadie tiene derecho al olvido cuando se trata de delitos aberrantes que vulneran lo más preciado de la dignidad humana.
-Nadie, menos el gobierno democrático, posee la actitud moral para absolver encubiertamente a los ladrones, los torturadores y los homicidas".
Tres años más tarde, ya presidente, entró voluntariamente en un agudo estado de amnesia. Dejó de hablar de juicios y castigos a ladrones, torturadores y homicidas y en sus discursos apareció la palabra reconciliación.
El operativo impunidad estaba en marcha. Apenas dos meses después de su instalación en la Casa Rosada, por televisión confirmó públicamente lo que estaba preparando desde un principio: el indulto.
"En esta primera etapa vamos a indultar a los que están sometidos a proceso... a los condenados, veremos más adelante".
Casi al mismo tiempo, Menem revelaba detalles de un encuentro que acababa de mantener con el entonces presidente español Felipe González el 8 de septiembre de 1989 en el aeropuerto madrileño de Barajas, donde el presidente argentino hizo escala después de asistir en Belgrado a una reunión de los países no alineados cuando la Argentina todavía no había roto con ese bloque para iniciar sus relaciones carnales con los Estados Unidos.
A tenor de la revelación que hizo Menem, el jefe del gobierno español le había sugerido que pusiera fin a los juicios contra los militares que habían cometido delitos de lesa humanidad, además de estar a favor del indulto a los comandantes del genocidio.
Según Menem, su colega español le había dicho que cuando él llegó al gobierno había ascendido a varios militares franquistas y que incluso alguno de ellos había prestado juramento luciendo en su chaquetilla una cruz esvástica que el mismísimo Adolfo Hitler le había entregado en tiempos de Franco.
"Esto pasó en España y nadie dijo nada, ni siquiera la prensa, y aquí tanto escándalo" argumentó Menem para justificar el paso que estaba a punto de dar. Era, también, un mensaje dirigido a los organismos de derechos humanos que al día siguiente marcharon por las calles de Buenos Aires para repudiar el anunciado indulto.
Una vez que confirmé el contenido de las declaraciones que Menem había hecho por la televisión, me entrevisté con Adolfo Pérez Esquivel para sugerirle alguna forma de contrarrestar la ofensiva de impunidad que estaba a punto de concretar el presidente de los indultos.
Allí mismo redactamos un borrador que al día siguiente se convirtió en una carta dirigida a Felipe González que el autor de esta nota entregó personalmente en la embajada española en Buenos Aires el 2 de octubre de 1989.
El documento, reproducido por medios españoles y por Página 12, generó un verdadero revuelo tanto en España como en la Argentina.
Uno de los párrafos de aquella carta decía: "La libertad de los genocidas supondrá la reivindicación del terrorismo de Estado; echará por tierra el principio de igualdad ante la ley; atentará contra la convivencia pacífica y el sistema de libertades que tanta sangre y dolor ha costado a nuestro pueblo; volverá a poner en riesgo la vida de miles de personas; abrirá nuevas y profundas heridas en las víctimas de la represión y colocará a la Argentina en un nuevo callejón sin salida".
Pero nada ni nadie detuvo a Menem en su objetivo de tender un puente de plata con los genocidas: el 7 de octubre firmó el decreto del primer indulto.
Poco tiempo después, Pérez Esquivel y González se encontraron en el acto de asunción del presidente Patricio Aylwin en Santiago de Chile. El texto de la carta enviada por el Nóbel de la Paz al presidente del gobierno español surgió de inmediato. “Menudo lío me has hecho tu con esa carta… pero ya te contestaré”, le dijo Felipillo a Pérez Esquivel. “Eso espero” contestó el Nóbel.
La respuesta nunca llegó, pero la involución política de González explica su silencio.
Desde entonces, el nombre de Carlos Menem dentro de los organismos de derechos humanos es sinónimo de impunidad, de complicidad con ladrones, torturadores, homicidas y apropiadores de niños robados a sus padres desaparecidos.
Macri por el mismo camino
La historia política, empresaria (y delictiva) de Mauricio Macri constituía una buena referencia para intuir anticipadamente hacia dónde apuntaría su gestión en caso de ganar las elecciones presidenciales. Su paso por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires había dejado marcas indelebles. Nadie que conociera lo que hizo Macri en la CABA podía esperar algo distinto de su parte. En un capítulo del libro Pampa nostra (páginas 129/130, editado en agosto de 2015), ofrecimos un perfil del entonces candidato a la presidencia.
Esto decíamos: “Macri es algo más que un representante del viejo y recalcitrante conservadorismo. Simboliza la Argentina del pasado reciente: el del menemismo y el de la dictadura. El de las privatizaciones. El de los ajustes de Cavallo. El de la educación y la salud privadas. El de la burguesía urbana y rural. El de la política para hacer negocios. El del país para pocos. El de las relaciones carnales con los Estados Unidos. Eso y mucho más que eso es Macri, cuyos principales economistas no dejan de invocar al dios mercado y hasta se atreven a hablar de un ajuste salvaje que sería peor que el de los noventa”.
La audacia de Macri ha superado a la del mismísimo Menem. En sólo seis meses de gobierno ha avasallado derechos individuales y colectivos pasando por encima de la Constitución y acuerdos internacionales colocando al país en una grave encrucijada.
El último paso –sin duda el más grave desde lo institucional- ha sido el de devolverle a las Fuerzas Armadas su autonomía.
La decisión de Macri constituye una de las más retrógradas medidas adoptadas desde que la Argentina recuperó la democracia después de la sangrienta dictadura cívico-militar que tuvo a las Fuerzas Armadas como el brazo ejecutor del genocidio de treinta mil personas y colocó al país en una de las más graves encrucijadas de su historia.
Devolverle a las Fuerzas Armadas su autonomía no es otra cosa que alentar a los sectores más conservadores de la sociedad argentina a repetir nefastas experiencias que el pueblo argentino no está dispuesto a tolerar.
El país no quiere unas Fuerzas Armadas que estén por encima del poder político ni un poder político que las use para fines inconfesables.
Quiere unas fuerzas armadas que se inserten en el sistema democrático nutridas del espíritu sanmartiniano para defender a la Patria y no para someter al pueblo con sangrientos golpes de Estado.
Macri ha seguido los pasos de Menem en un contexto mundial de altísimo riesgo para la Argentina a partir del regreso a las relaciones carnales con los Estados Unidos.
La dependencia política y militar con el imperio del Norte, con unas fuerzas armadas autónomas y con un poder político servil a los intereses de la primera potencia mundial, coloca a nuestro país a un paso de involucrarse en conflictos internacionales como ocurrió cuando Menem llevó a la Argentina a participar en la guerra del golfo Pérsico.
Menem lo hizo, Macri lo está haciendo.