Paradojas argentinas
Por Juan Carlos Martínez
No pocos de los senadores y diputados (los pampeanos incluidos) que acaban de votar a favor del proyecto de ley que prohíbe los despidos por seis meses, habían votado afirmativamente para que la Argentina le pague a los fondos buitres miles de millones de dólares.
No hace falta ser economista para deducir por simple sentido común que el desempleo y el deterioro de la calidad de vida son los primeros y visibles efectos que está produciendo ese aluvión de plata que va a parar a los bolsillos de las bandas financieras globalizadas.
Los miles y miles de despidos producidos tanto en el sector público como privado a partir de la brutal devaluación y el efecto dominó generado por las políticas económicas del macrismo, no cambiarán el rumbo impuesto por más que se suspendan los despidos por el término de seis meses.
Tampoco con ese parche sacado de la galera del neoliberalismo disfrazado que dice preocuparse por la estabilidad laboral cambiará la inquietante realidad del presente ni evitará un mayor deterioro en el futuro, particularmente en los sectores del trabajo y de la pequeña y mediana empresa.
Pegunta obligada: ¿Quién, cómo y cuándo se rescatará a quienes se han quedado sin su trabajo, es decir, sin el pan para ellos y sus hijos?
Más preguntas: Dentro de seis meses, ¿alguien cree que la Argentina será la panacea que promete un gobierno integrado por inescrupulosos empresarios, banqueros y otros personajes que integran la galería de los que esconden lo que le roban a sus pueblos en paraísos fiscales?
Jugar a dos puntas con un doble discurso es un clásico que se ha extendido por todo el planeta y que en la Argentina ha echado hondas raíces. Se ha naturalizado de tal manera que el mismo político que ayer nos hablaba de la necesidad de preservar el empleo, hoy suscribe la cesantía de miles de trabajadores en nombre de la paz social.
Eso sí, los que han sido nombrados a partir de diciembre gozarán de estabilidad, beneficio que se extiende a la legión de parientes y amigos incorporados al Estado con remuneraciones que desmienten la supuesta pobreza franciscana que dicen haber heredado del gobierno anterior.
En el universo sindical, las contradicciones se suceden sin solución de continuidad de la mano de dirigentes que usan indumentaria laboral para simular una falsa condición social con la que pretenden esconder el oro acumulado a expensas del esfuerzo de los que se rompen el lomo laburando y viven en la abundancia de la miseria.
Cinco meses después de haber promovido y celebrado la llegada de la patronal al gobierno, cambian la mirada y de un salto aparecen en la vereda de enfrente con un discurso tibiamente crítico al modelo de acumulación del que forman parte vestidos de overol.
Y empujados por la presión que ejercen los millones de víctimas del impiadoso ajuste que ha dejado sin pan y sin trabajo a miles de hombres y mujeres, dejaron de lado sus diferencias de matices para ponerse al frente de una impresionante manifestación de protesta motorizada por la incertidumbre, la angustia y el hambre.
Como buenos baqueanos que son para seguir el rumbo de los cambiantes vientos políticos, lo que hace cinco meses presentaban como un luminoso horizonte que aggiornaría la vida de los argentinos, de pronto se convirtió en un incierto y oscuro camino con salida a un precipicio.
De todos modos, sea por oportunismo o por temor a ser arrastrados por la marea humana que ha salido a las calles a frenar el retorno del neoliberalismo económico y del autoritarismo político que cada día se confunde más con el fascismo, lo cierto es que las manifestaciones populares renuevan las esperanzas de quienes no están dispuestos a volver a los peores tiempos vividos por este país.
Paradojas argentinas que sólo desaparecerán cuando los explotados arrojen a la vera del camino a sus explotadores para recuperar y defender derechos alcanzados a costa de la sangre, el sudor y las lágrimas de los mártires anteriores y posteriores a los mártires de Chicago. A los mártires de siempre.