Golpe a golpe

Por Juan Carlos Martínez

Suicidio, suicidio inducido o asesinato. Las tres son las conjeturas que se barajan sobre la muerte del fiscal Alberto Nisman. Desde el gobierno se habló, desde un principio, que se trataría de un suicidio, luego se inclinaron por la figura de suicidio inducido y finalmente la propia presidenta dejó abierta la vía del asesinato.

El recorrido que hicieron sectores de la oposición política en coincidencia con los grandes medios de comunicación fue a la inversa. Desde el principio lanzaron sin mucha sutileza y mucho menos sin pruebas la sospecha o la certeza de que se trataba de un asesinato y apuntaban sin muchas vueltas al gobierno.

La fiscal que investiga el grave suceso está transitando con la cautela que el caso requiere, tratando de quedar al margen del uso político que llevan adelante algunos sectores de la oposición con un claro propósito: dar un golpe de gracia acusando al gobierno en general y a la presidenta en particular de ser responsable de la muerte de Nisman.

La irresponsable ofensiva incluye toda suerte de sugerencias y propuestas lanzadas como palos de ciego que van desde sugerir o pedir la concurrencia de la jefa del Estado a los tribunales hasta el anticipo de las elecciones previstas para octubre. Los hay, también, aquellos y aquellas que están dispuestos a mandarla a la horca aunque por suerte la pena de muerte no existe en la Argentina, salvo la que aplican de oficio los asesinos a sueldo.

Esta feroz campaña acompañada por la desafinada melodía de las cacerolas de teflón exhuma de nuestra memoria el acoso que en 1989 sufrió Raúl Alfonsín con el golpe de mercado que lo obligó a abandonar anticipadamente la Casa Rosada.
Curiosamente (o no tanto) los sectores que empujaron a Alfonsín fueron los que crearon el caldo de cultivo para que el neoliberalismo tomara las riendas del poder político de la mano de Carlos Menen.

No fue obra de la casualidad que con Menem en el gobierno la Argentina iniciara sus relaciones carnales con los Estados Unidos, el país que junto con Israel alimentó la idea de cargar sobre Irán la responsabilidad del atentado a la AMIA.

El servilismo de Menem no tuvo límites, tanto que no dudó en arrodillarse ante el amo del Norte y hasta fue capaz de convertirse en apóstata de su credo religioso para mostrarles su incondicional fidelidad.

Menem vendió su alma al diablo con tal de asegurar su impunidad por todo lo que tenía pensado hacer desde la cumbre del poder político, que no era lo que había prometido en su campaña presidencial.

Ahora, los mismos que aprovechan la muerte de Nisman para llevar agua a su molino se han olvidado de la responsabilidad que tuvo Menen en la muerte de las ochenta y cinco personas que quedaron sepultadas bajo los escombros de la entidad judía.

Y algo más para agregar a su prontuario: le embajada de Israel, la venta de armas, la voladura del arsenal de Río Tercero, el indulto a los comandantes del genocidio y su responsabilidad en el otro genocidio que todavía sigue provocando víctimas: el económico.

Pero Menem sigue ocupando una banca en el Senado de la Nación.

La furia desatada contra un gobierno donde habitan santos y pecadores, no tiene parangón con la impunidad que protege a Menem , a no pocos de sus colaboradores y a los gobiernos que le sucedieron desde Fernando de la Rúa pasando por Eduardo Duhalde y otros fugaces presidentes hasta llegar a Néstor y Cristina Kirchner.

Todos, en mayor o menor medida, tienen alguna responsabilidad en la impunidad que desde hace más de veinte años protege a los responsables intelectuales y materiales de la tragedia de la AMIA y otras tanto o más graves que la que produjo la muerte del fiscal Nisman.
Si fueran sinceros y coherentes en sus planteos, extenderían su preocupacióin a otros hechos que aún no han sido resueltos y que siguen afrectado la vida de miles de argentinos.

Son los delitos de lesa humanidad que se cometieron durante el terrorismo de Estado, entre ellos la apropiación de niños arrebatados a sus padres biológicos para ser repartidos como si se tratara de objetos y no de lo más inocente, lo más vulnerable de la especie humana.

No pocos de quienes reclaman el esclarecimiento de la muerte de Nisman -reclamo legítimo y necesario- nunca han expresado su preocupación por lo que aún falta para esclarecer del ominoso capítulo vivido por la Argentina cuando los jueces de capucha escribían sus sentencias a sangre y fuego.

Tampoco los hemos visto en este tiempo democrático levantar la voz por las víctimas del gatillo fácil ni por Julio López ni por Luciano Arruga ni por los centenares de pìbes pobres de piel oscura convertidos en carne de cañón por esa policía impiadosa ni por el hacinamiento que hay en las cárceles, para muchos el último escalón en su tránsito a la muerte.

Está clarísimo que los mismos sectores que provocaron la salida anticipada de Alfonsín son los que ahora quieren volver a la década de los noventa, no a través de un golpe de mercado sino por medio de un golpe institucional enancados en la muerte de Nisman.

Los llamados servicios de inteligencia no son otra cosa que bandas de corte mafioso que han construido un poder paralelo al del Estado, con éste y con todos los gobiernos.
La inteligencia humana no es compatible con el narcotrafico, la corrupción, el crimen organizado y otras prácticas delictivas que se desarrollan por esa relación promiscua -al decir de Horacio Verbitsky- que existe entre esos grupos mafiosos que se meten sin permiso de nadie en nuestras vidas en los que se incluyen políticos, policías, jueces y fiscales, periodistas que trabajan para los servicios y servicios que trabajan de periodistas, empresarios de la noche y una larga lista de personajes de avería.

Los que creen que eyectando a la presidenta de la Casa Rosada para mandarla a la hoguera podrán festejar lo que llaman fin de un ciclo político, no tienen en cuenta que el fuego arrasaría con ellos mismos y con el endeble sistema democrático construido con sangre, sudor y lágrimas.

Si no se entiende la encrucijada a la que nos están llevando, correremos el riesgo de perder este espacio de libertad que hemos ganado con tantas dificultades en los treinta años de democracia.

Siempre será mejor elegir gobernantes por las urnas a que nos impongan gobernantes por las armas o por los golpes de mercado promovidos por el capitalismo mafioso.