Lenguaje golpista
Por Juan Carlos Martínez
El lenguaje político siempre conlleva una dosis de ideología. En España, por ejemplo, desde hace años que es materia de debate la definición que debe darse a Francisco Franco, el hombre que aplastó al gobierno de la República y manejó los destinos de ese país durante cuatro décadas a sangre y fuego.
Una de las discusiones más intensas se viene dando en el seno de la Real Academia, donde hasta ahora sus integrantes han resistido reemplazar la definición que presenta a Franco como cabeza de un gobierno autoritario -no totalitario- por la de dictador.
Todo indica que no está lejano el día en que el generalísimo figure en la RAE con su verdadero perfil, es decir, como el sanguinario dictador que impuso en España un modelo con claros componentes nazi-fascistas.
Estos procesos son siempre muy lentos. Debieron pasar quinientos años para que los propios españoles dejaran de hablar del descubrimiento de América y se reconociera que la llegada de Colón a este continente produjo uno de los mayores genocidios de los pueblos originarios.
En la Argentina también el lenguaje suele ser la herramienta que se utiliza para interpretar hechos históricos que son motivo de controversias, justamente por esa carga ideológica que aparece a la hora de definir determinadas circunstancias.
Tal como ocurre en España con Franco y su régimen, en nuestro país todavía hay sectores que a la dictadura identifican como gobierno militar, a los secuestros, torturas y crímenes califican de excesos, a los apropiadores de niños registran como padres adoptivos, al genocidio presentan como una guerra y a los responsables de tantas atrocidades que han sido juzgados y condenados por delitos de lesa humanidad, llaman presos políticos.
Un paso para aproximarse a ese objetivo por parte del gobierno de Macri fue la restitución de los cuadros de los dictadores en la galería de presidentes elegidos por el voto popular.
La idea oficial –aunque por ahora no lo confiesen- consiste en avanzar, como en ,España, con el uso del lenguaje quizás con la esperanza de recordar a Videla como el presidente de un gobierno autoritario y no como el comandante del genocidio de treinta mil personas. Por eso es que de tanto en reaparece la teoría de los dos demonios.
En sintonía con ese objetivo, una de las instrucciones que dio Hernán Lombardi, el titular del Sistema Federal de Medios de Contenidos Públicos a los periodistas de medios manejados por el Estado, es no hablar más de dictadura cívico-militar. Por ahora, dictadura a secas.
Eso de machacar con la participación de civiles en el terrorismo de Estado incomoda al gobierno, seguramente porque no pocos de sus miembros han tenido estrechos vínculos con la dictadura. Por algo el presiente habló del curro de los derechos humanos.
El lenguaje judicial también lleva una pesada carga ideológica que en este tiempo juega un rol más que importante por la audacia de no pocos jueces para poner en marcha la maquinaria del partido judicial.
En esa puja se debaten dos posturas diametralmente opuestas. La representada por jueces independientes y la que actúa abiertamente en complicidad con el gobierno respondiendo a sus intereses y al de los poderosos grupos económicos.
En este último sector está la galería de civiles protegidos que no han desfilado ante ningún juez de la república para responder por delitos de lesa humanidad y los que han cometido graves delitos económicos –Mauricio Macri incluido- derivados de la fuga de miles y miles de millones de dólares que duermen una larga siesta en los paraísos fiscales.
En estos casos prevalece el lenguaje de la justicia cómplice, es decir, el del silencio, que no es otra cosa que el de la impunidad.
Del otro lado, como víctima de la justicia cargada de la misma ideología aparece Milagro Sala, condenada por un rosario de subjetividades en el que se incluyen su origen racial, su color de piel y su pertenencia a los sectores más vulnerables, encarcelada sin juicio y colocada en la vindicta pública por los mismos a quienes la impunidad los ha liberado de estar entre rejas.
Nada bueno debe estar ocurriendo cuando el lenguaje político, económico y judicial sostenido por los grandes medios de comunicación lleva esa carga ideológica con la cual la derecha está extendiendo sus tentáculos por este continente.
Ya no son los militares con sus fusiles los que marchan hacia la toma del poder político. Ahora es el lenguaje a través de las sentencias de los jueces y del voto de diputados y senadores los que manejan los hilos del poder y hasta condenan a los presidentes elegidos por el voto popular.
El juicio político a Dilma Rousseff es parte de la feroz arremetida de la derecha a través del cada vez más sonoro lenguaje golpista.