¿Y nosotras, padre?

Por Juan Carlos Martínez

Divididos por el odio que genera la intolerancia política, racial, económica o religiosa, israelíes y palestinos no han encontrado todavía un camino por donde pueda transitar la convivencia entre los hombres y los pueblos.
El lenguaje de las armas ha podido, hasta ahora, más que el lenguaje de la racionalidad.
La muerte puede más que la vida.
Cuánta sangre, cuánto dolor, cuánto sufrimiento para unos y otros.

Por eso es que el intento del papa Francisco I para iniciar un camino distinto entre las partes está siendo ponderado por amplios sectores de la comunidad mundial.

Es un llamado a la racionalidad y el sólo hecho de reunir a los líderes de ambos países constituye un paso hacia adelante, pequeño, pero paso al fin.

Buena parte de la sociedad argentina, principalmente la grey católica, celebra el gesto de nuestro conocido Jorge Bergoglio.

También adherimos los que no pertenecemos a esa ni a ninguna otra corriente religiosa porque valoramos todo intento que esté dirigido a lograr la paz en cualquier lugar de la tierra convulsionado por la destrucción y la muerte que producen las guerras y otras calamidades generadas por el hombre.

Dicho esto, no podemos omitir la contradicción que se advierte en este gesto del papa en favor de la convivencia humana mientras en su propio país cientos y cientos de Madres y Abuelas esperan que Francisco I alivie su interminable calvario para conocer el destino que tuvieron sus hijos asesinados y sus nietos robados por la dictadura cívico-militar-clerical.

Jorge Bergoglio sabe desde siempre que en los archivos del Vaticano se guardan documentos que pueden revelar el destino de aquellos jóvenes y de aquellas criaturas.

Para satisfacer esa demanda de altísimo valor humano el papa no necesita viajar a otro país en busca de esos documentos.

Ni preguntarle a los genocidas sobrevivientes dónde están sus víctimas.

Ni hace falta escarbar la tierra para encontrarlos.

La información está al alcance de su mano.

Tanto en la Argentina como en el Vaticano hay documentos reveladores como los que la justicia encontró para condenar a prisión perpetua al sacerdote Cristian von Wernich por su participación en torturas y crímenes, entre ellos el de la pampeana María del Carmen Morettini. O como los que prolijamente guardaba Emilio Gracelli, otro de los curas que trabajaban codo a codo con los asesinos y torturadores, cuyas víctimas figuraban en los ficheros de la muerte que este miserable tenía en la iglesia Stella Marys.

En 1978, Fiorello Cavalli, entonces secretario de Estado del Vaticano, le dijo a Juan Gelman que su nieta Macarena había nacido en Uruguay donde su madre dio a luz luego de haber sido trasladada desde Buenos Aires tras haber permanecido secuestrada en Automotores Orletti.

¿Por qué el papa demora en dar un paso concreto en ese sentido? ¿Qué está impidiendo una decisión de tanta trascendencia en favor de la paz que tanto predica la Iglesia de Roma?

En este caso de la paz espiritual de las Madres y de las Abuelas que sueñan con saber la verdad antes de dejar este mundo.

Hace 38 años que ellas están sometidas a una permanente tortura psicológica.

Los hombres de la Iglesia deben contribuir con hechos porque las palabras no curan las heridas.

Mientras Jorge Bergoglio no rompa el silencio que mantiene frente al drama de estas mujeres, ellas seguirán formulando la misma pregunta: ¿Y nosotras, padre?