El enano y el gigante

Por Juan Carlos Martínez

El gobierno nacional ha impulsado un proyecto tendiente a distribuir con equidad los avisos oficiales. "Vamos a defender la pluralidad" sostuvo la presidenta al sintetizar los objetivos trazados en su iniciativa.
La jefa del Estado remarcó que el propósito es "ayudar a las pequeñas y medianas empresas de información, fundamentalmente ubicadas en el país profundo". En otra parte de su discurso, Cristina dijo que "la pluralidad y la diversidad también se logra ayudando a que los más pequeños puedan competir". El país profundo no es otro que el interior, el que está más allá de la General Paz donde el ejercicio del periodismo, sobre todo del periodismo independiente, está sometido a todo tipo de obstáculos por parte del poder político de turno.

Quienes lo hemos experimentado desde lo más profundo del sistema podemos hablar con propiedad de los avatares que viven los periodistas que no abandonan su mirada crítica al analizar la realidad.

El grado de intolerancia de la mayoría de los funcionarios públicos traduce a las claras la concepción que tienen sobre el derecho a la información que les asiste a los ciudadanos y el no menos importante derecho de los periodistas a expresarse con absoluta libertad.

No sólo no se trabaja para que exista pluralidad de medios, mucho menos para ayudar a los más pequeños. Todo lo contrario. Se trata de acallar a esas voces críticas, unas veces condenándolas a desaparecer por su debilidad económica y otras veces llevando a los periodistas a los tribunales para someterlos a largos juicios.

El objetivo tiene una triple finalidad: desalentar a los críticos metiéndoles miedo, inducirlos a la autocensura u obligarlos a abandonar la actividad.

En el caso de La Pampa las pautas de publicidad oficial siempre se han hecho de manera selectiva, es decir, de acuerdo a la línea editorial de los medios. O sea, bajo el viejo código no escrito de premios y castigos.
También se aplica la censura no sólo a quienes disienten con el gobierno de turno sino a personajes del mismo partido que gobierna. Le ocurrió al ex gobernador Rubén Marín -experto como pocos en repartir mordazas- cuando no era incluido entre los invitados del canal estatal que entonces respondía a su enemigo-amigo Carlos Verna. 

Al trascender públicamente la queja del afectado, el burócrata que estaba al frente del medio televisivo dio una breve pero emblemática explicación: "Acá no se habla mal del patrón" y de esa manera franca y descarnada blanqueó lo que todo el mundo sabía sobre la concepción que existe en La Pampa oficial sobre la libertad de expresión.

Se confunde Estado con gobierno, gobierno con partido y partido con estancia. Bajo esa curiosa interpretación el gobernador vendría a ser una suerte de patrón de estancia.

Sabido es que además de los gobiernos intolerantes con las voces críticas, los grandes medios de comunicación aportan lo suyo para apropiarse del mercado y mantener cautivo a un público que no tiene más opción que la de nutrirse de la información que le brindan esos medios.

Los grandes medios se han convertido en una de las herramientas fundamentales que los poderosos utilizan para dominar la voluntad humana y hasta para influir en las decisiones de los gobiernos.

Es una realidad tangible que ni los medios estatales ni los privados hacen de la diversidad de voces un culto. Tanto en unos como en otros influyen los intereses políticos, sus líneas editoriales responden a esos intereses y en ese contexto nadie puede hablar de la pluralidad de ideas y mucho menos del pleno ejercicio de la libertad de expresión.

En medio de esos dos fuegos transita el periodismo alternativo, el que se debate entre los que son alimentados con los dineros públicos y los que se nutren de los dineros de los grandes grupos económicos, recursos que también aporta la sociedad en su conjunto por más que digan que son fondos privados como si fuera menos miserable mentir o robar en nombre de Dios que del diablo.

Tenemos que bregar por la permanencia de ese periodismo puro, de ese periodismo que no está contaminado por el desmedido afán de lucro ni sometido a los designios del poder político, económico o de cualquier naturaleza.

En esa escuela hay que formar a las nuevas generaciones de periodistas.

Aunque la propuesta suene a quimera, aunque sea comparable a la batalla entre un enano y un gigante, ese es el mejor camino para la formación de periodistas, para sostener el buen periodismo y para recuperar esa cuota de dignidad que hemos perdido.