Calamidades

Por Juan Carlos Martínez

La ONU ordenó investigar la muerte de dos adolescentes palestinos quienes murieron el 15 de mayo durante los enfrentamientos que se produjeron con tropas israelíes en Betunia, Cisjordania.

Los adolescentes tenían 16 y 17 años, las edades en las que mueren millones de chicos en el mundo, unas veces por la violencia de las guerras y otras por la violencia de las injusticias producidas por el hambre y las enfermedades que generan las grandes desigualdades.

Nadie podría cuestionar que la ONU investigue las muertes de los dos adolescentes palestinos, sobre todo por que todo indica que se trata de crímenes -como tantos que se producen a lo largo y a lo ancho del planeta- que no deben quedar impunes.

No importa si, como en este caso, son dos las víctimas, porque la vida humana no se valora desde un punto de vista cuantitativo sino desde lo cualitativo.

Sin embargo, cuando repasamos las estadísticas de los jóvenes, adolescentes y niños -particularmente de niños- que diariamente mueren en el mundo por causas evitables, uno no puede menos que analizar críticamente la indolencia humana frente a la realidad que envuelve al mundo.

Tanto la ONU como otros organismos mundiales, los gobiernos y organizaciones privadas como las que representan al capitalismo suelen espantarse cada vez que se difunden las estadísticas sobre las calamidades que envuelven a la humanidad.

Pero siempre encuentran algún atenuante para justificar esas calamidades que ellos mismos generan.

Cuando hablan de la cantidad de muertes por hambre o por efectos del hambre toman como un triunfo épico -por ejemplo- que de mil millones de hambrientos ese flagelo haya disminuido a novecientos millones.

Una forma sutil de poner de manifiesto que hay cien millones de muertos menos para que nos olvidemos de los mil millones que caen bajo la bomba del hambre.

Con la mortalidad infantil ocurre lo mismo. Ponemos el grito en el cielo -y está bien que así sea- por el crimen de dos adolescentes, pero omitimos levantar la voz para denunciar que en el mundo cada cuatro segundos muere un niño de hambre o por efectos de otras causas evitables.

Una simple operación matemática nos pone frente a un resultado espantoso: 22 mil niños mueren diariamente por las causas señaladas. O sea, nueve millones de niños menores de cinco años se van de este mundo en el amanecer de sus vidas.

Veamos qué dice la ONU sobre este flagelo.

"Lejos de ser una incontenible calamidad, la alta mortalidad infantil puede ser reducida notablemente, como se evidencia en la disminución de un 35% de la tasa de mortalidad en menores de 5 años durante la última década. La Organización de las Naciones Unidas estableció la reducción de la mortalidad infantil como uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio con la esperanza de reducir en dos tercios la tasa de mortalidad de 1990 para el 2015".

Si de verdad las Naciones Unidas y todos los países firmantes de los Derechos del Niño cumplieran con tan solemne compromiso, esa declaración sería algo más que una formalidad.
Siempre se habla de reducir las calamidades que afectan a la humanidad.

Alguna vez deberíamos hablar y trabajar en serio para eliminar definitivamente esas calamidades.