Censura sin anestesia
Por Juan Carlos Martínez
La censura habita en diversos campos de la actividad humana. En todo tiempo y lugar el hombre ha sido víctima del silencio impuesto por los poderes de turno. Desde Galileo Galilei –para no ir tan lejos en el tiempo- hasta nuestros días la mordaza sigue siendo el arma preferida de los que creen que el silencio es salud.
La Argentina tiene en esa materia una vasta cuan nefasta experiencia, particularmente durante las dictaduras y los sistemas de corte autoritario que nos han gobernado.
En los años de plomo, los militares impusieron la censura a través del terror. Es decir, eliminando directamente a los periodistas que denunciaban las atrocidades que se estaban cometiendo en todo el país.
La censura se extendió sobre libros, letras musicales, obras de teatro, cine y otras expresiones del arte y la cultura.
Uno de los primeros ataques contra un medio de información que denunciaba los crímenes de la dictadura se produjo el 24 de noviembre de 1976 , cuando fuerzas combinadas del Ejército y la Policía bombardearon en La Plata la casa Mariani-Teruggi donde se editaba clandestinamente la revista Evita Montonera.
En aquel sangriento operativo fueron asesinados cinco jóvenes militantes sociales que editaban esa publicación y como parte del botín se llevaron a Clara Anahí Mariani, la beba de tres meses de edad que cuarenta años después sigue siendo buscada por su abuela Chicha Mariani.
La eliminación física de ciento treinta periodistas y escritores víctimas de aquella orgía de sangre tuvo un efecto multiplicador en los medios de comunicación en general y en quienes sobrevivimos a aquella carnicería en particular: la autocensura.
“Los argentinos han aprendido a escribir con curvas” dijo Borges sobre los días finales de la dictadura para explicar metafóricamente el nivel alcanzado por la autocensura en el ánimo de quienes expresaban por medio del lenguaje escrito.
Escribir o hablar con curvas no era otra cosa que ingresar en el terreno de la autocensura, una opción más nociva que la propia censura porque la información que llega al público carece de rigor y objetividad.
A veces hace menos daño el silencio que las palabras. Ese camino es el que eligió un diario brasileño en tiempos de dictadura, cuando los comentarios editoriales debían pasar por los ojos de los censores militares. Para no someterse a la humillante censura previa, el diario dejaba en blanco los espacios que habitualmente reservaba para sus comentarios.
La censura política que es la que da origen a este comentario, se está re-produciendo en la Argentina a partir del cambio de gobierno ocurrido el 10 de diciembre con la irrupción del macrismo en el poder.
El furioso embate contra la Ley de Medios Audiovisuales fue el punto de partida para que los censores oficiales de turno comenzaran su faena, convencidos de que son ellos los dueños de la libertad de expresión y que su voluntad omnímoda está por encima de la propia Constitución y los tratados internacionales.
La ola de despidos ocurridos en Canal 7 y Radio Nacional, el desplazamiento de Víctor Hugo Morales del medio privado en el que trabajó durante varios años y la censura aplicada sin anestesia por C5N al periodista Roberto Navarro y su posterior cesantía del canal por el cual iba a ofrecer un informe económico crítico sobre los cien días del gobierno de Macri, es la más clara y peligrosa señal de intolerancia demostrada por el oficialismo en el breve tiempo de su gestión.
Todos estos atropellos a la libertad de expresión se están produciendo en el marco del estruendoso silencio de los grandes medios de comunicación que hasta no hace mucho denunciaban diariamente la supuesta falta de libertad, desmentida por ellos mismos a través de sus despiadadas y permanentes críticas al gobierno anterior.
Consultado por estos hechos Hernán Lombardi, el nuevo titular de Medios Públicos dio una respuesta que parecía estar dirigida a gente estúpida o ignorante: “Queremos poner otra gente con más pluralismo, como el que tenemos nosotros” dijo sin inmutarse el burócrata y hasta se animó a calificar a los despedidos de hacer mal periodismo.
¿Cuál sería el buen periodismo para Lombardi? ¿El de Niembro, el de Lanata o el de Majul?
Censura e intentos de censura los hemos tenido en La Pampa, también bajo gobiernos constitucionales. Uno de los censores que actuó a cara descubierta y estampó su firma en un escrito judicial pidiendo censura previa fue el golpeador Juan Carlos Tierno.
El irascibe funcionario vitalicio fracasó en su intento pero su fiebre inquisidora se mantiene en la más alta temperatura y lo que no pudo hacer en los tribunales lo hace como un vulgar justiciero usando y abusando del poder y la impunidad que le da ese mismo poder para silenciar a quienes se oponen a sus desplantes.
El cepo impuesto a la información policial es la nueva forma de censura que ahora utiliza como si el derecho a la información hubiese caducado para dar paso al cavernícola método de silenciar a las personas a los golpes y a los tiros.
Los expertos en repartir mordazas saben que el miedo es una de las clásicas maneras de imponer la censura y la autocensura, el viejo recurso del autoritarismo y la dictadura que vuelve a aplicarse bajo un gobierno elegido por el voto de los ciudadanos pero que cada vez más se parece a una dictadura.
Si en este país funcionara en serio un estado de derecho, si se respetara la Constitución, si de verdad todos los jueces fuesen garantía de ese respeto que incluye la libertad de expresión, si los tratados internacionales se cumplieran al pie de la letra, si los intolerantes no ocuparan cargos en los gobiernos democráticos, nadie, absolutamente nadie, se atrevería a censurar a sus semejantes.