Padrinos

Por Juan Carlos Martínez

Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él dice un antiguo adagio.

Este dicho popular se emplea en distintos campos de la actividad humana.

Han sido y siguen siendo los grupos mafiosos los que han apelado con mayor frecuencia a este recurso.

Nada más ilustrativo para entender ese submundo de la vida humana que la película El Padrino.

Con el correr de los tiempos la familia Corleone dejó de tener nacionalidad norteamericana para adquirir carta de ciudadanía a lo largo y a lo ancho del planeta tierra. 

El alcohol, la droga, el dinero, la traición, el crimen y lo peor que se esconde en los seres humanos se refleja en una película que retrata descarnadamente las miserias de una sociedad en decadencia.

Políticos de mala reputación no fueron ajenos a las actividades mafiosas a tal punto que no pocos de ellos se convirtieron en piezas fundamentales para el funcionamiento de esa maquinaria que sembró terror y muerte.

Hablemos sin pelos en la lengua y vayamos al grano.

La Argentina contemporánea no es ajena a la actividad de grupos mafiosos que se han extendido por todos los rincones de su geografía involucrando a distintos sectores de nuestra sociedad.

No estamos viviendo una réplica de lo que  Francis Ford Coppola tan bien describió en El Padrino, pero algunos síntomas que asoman en el horizonte son por demás inquietantes.

Los acuerdos al que han arribado algunos políticos, sindicalistas y empresarios que hasta ayer eran enemigos íntimos son un toque de atención de cara al futuro inmediato.

Hay en esa galería de impresentables algunos personajes poseedores de densos prontuarios que se mueven entre las sombras, particularmente en la provincia de Buenos Aires, el principal foco donde las actividades ilícitas han encontrado un campo fértil para su desarrollo en un marco de impunidad.

El tráfico de drogas, el juego, la trata de personas, la prostitución, el trabajo esclavo y otras yerbas venenosas están contaminando la tierra, el agua y el aire y, lo que es peor, el alma humana.

Mientras los grandes medios de in-comunicación apuntan sus misiles hacia los sectores más vulnerables en nombre de la tan mentada seguridad, los ladrones de  guante blanco (los de corbata y los de uniforme con algunas sotanas que bendicen) siguen utilizando los códigos de Don Corleone sin que se les mueva un pelo.

Si tomamos como referencia a la provincia de Buenos Aires (Rosario también es otro ejemplo válido) no significa que el resto del país esté al margen de los males señalados.

Lo que ocurre es que en el mayor distrito del país se localiza el corazón de las mafias y es allí donde aparece con mayor nitidez el nexo que existe entre las bandas delictivas y los distintos estamentos del poder político y económico.

Fuera de ese distrito se localizan otras variables que actúan con los códigos de Don Corleone, aunque en versiones más blandas. Es decir, sin sangre de por medio.

En La Pampa el Padrino I y el Padrino II olvidaron por un momento viejos y nuevos agravios e intercambiaron sonrisas, abrazos y lisonjas

La proximidad de un año electoral  ha puesto nuevamente en escena la comedia de la falsa convivencia.

Han convertido la intriga en herramienta y la hipocresía en  virtud.        

Transitan entre el amor y el odio.

Lo que dicen en privado no lo dicen en  público y cuando quieren hablar en voz alta usan la lengua de algún obsecuente (el chirolita de turno) que repite como loro el libreto.

Se juntan para la foto y entre sonrisas y abrazos transmiten imágenes con aire conciliador.

Semejan a esos matrimonios desavenidos que en la casa viven como perro y gato y en público sonríen de oreja a oreja y se intercambian gestos de enamorados.

Por suerte la memoria colectiva se mantiene fresca. Y esa rememoración nos permite recordar la impronta que estos personajes dejaron en la historia de una provincia signada por la corrupción.

Tres décadas de degradación política no se recuperan de un día para otro, mucho menos si los que ostentan el poder son los mismos que lo degradaron.

La maquinaria política no pudo haber funcionado con tanta precisión de no haber contado con un poder judicial complaciente, con una policía obediente, con una oposición ambigua y con una sociedad –al menos la que sostiene el sistema- permisiva.

Las excepciones, en todos los casos, no modifican la realidad.

Tanto el Padrino I como el Padrino II llevan sobre sus espaldas una pesada mochila cargada de tropelías. Muy pocas de ellas han sido resueltas en los estrados judiciales, pero los que pagaron los platos rotos no han sido los monarcas sino los que robaron para la corona.

Ladrones con nombres y apellidos que aprovecharon su cercanía con el poder para quedarse con propiedades rurales arrebatadas a personas de avanzada edad, descendientes de chacareros que trabajaron de sol a sol y que fueron arrojados a la calle sin piedad por las aves de rapiña.

El Padrino mayor fue ahijado político del padrino que buchoneaba a los oídos del genocida Camps y todo sugiere que el delator no hacía otra cosa que repetir el libreto que le escribía el Padrino mayor.

El Padrino II tuvo entre sus colaboradores políticos a un policía posteriormente condenado por delitos de lesa humanidad, para quien la actual vicegobernadora reclamó una segunda oportunidad.

Creador de fundaciones fantasmas sostenidas con dineros públicos, ahora coquetea entre bambalinas con el Caprile que vive en el Tigre y con el Al Capone de Banfield, dispuesto a volver a sus tiempos de lobista de los bancos, cuando se plantó frente a la entonces senadora Cristina Fernández para responder a su reproche con un lenguaje machista irreproducible.

El actual gobernador, el mismo que hacía las veces de cancerbero de los dineros públicos durante la dictadura, navega entre dos aguas como espectador y poco podrá hacer para cambiar el estado feudal de la provincia, salvo que una nueva generación de hombres y mujeres públicos comience a cambiar la historia.

Queda por recordar que todos ellos llevan dentro de sus mochilas la carga de un golpeador de mujeres, un mano dura y larga, a quien protegieron hasta que se dieron cuenta que el monstruo que habían creado estuvo a punto de devorarlos.

El nuevo romance entre los padrinos tendrá su luna de miel por lo menos hasta las elecciones de 2015.

Después, todo el mundo a cantar Fiesta, aquella canción en la que Juan Manuel Serrat nos pinta de cuerpo entero.

Gloria a Dios en las alturas,
recogieron las basuras
de mi calle, ayer a oscuras
y hoy sembrada de bombillas.

Y colgaron de un cordel
de esquina a esquina un cartel
y banderas de papel
lilas, rojas y amarillas.

Y al darles el sol la espalda
revolotean las faldas
bajo un manto de guirnaldas
para que el cielo no vea,

en la noche de San Juan,
cómo comparten su pan,
su mujer y su galán,
gentes de cien mil raleas.

Apurad
que allí os espero si queréis venir
pues cae la noche y ya se van
nuestras miserias a dormir.

Vamos subiendo la cuesta
que arriba mi calle
se vistió de fiesta.

Hoy el noble y el villano,
el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano
sin importarles la facha.

Juntos los encuentra el sol
a la sombra de un farol
empapados en alcohol
magreando a una muchacha.

Y con la resaca a cuestas
vuelve el pobre a su pobreza,
vuelve el rico a su riqueza
y el señor cura a sus misas.

Se despertó el bien y el mal
la zorra pobre al portal
la zorra rica al rosal
y el avaro a las divisas.

Se acabó,
que el sol nos dice que llegó el final.
Por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual.

Vamos bajando la cuesta
que arriba en mi calle
se acabó la fiesta.


Foto: tapa de Lumbre del 30 de abril de 2005