El triángulo de las Bermudas
Por Juan Carlos Martínez
Ilustración: Sergio Ibaceta, para la sección "Entre Pocillos", de El Diario
El acuerdo al que han arribado Marín, Verna y Jorge se aproxima a aquella sentencia borgiana que se aplica para sintetizar el sentido que se atribuye a ciertas coincidencias que se dan entre personas que se odian en la intimidad pero que en público ofrecen una imagen acaramelada como sucede con esos matrimonios desavenidos que puertas adentro viven como el perro y el gato.
Borges definía esas circunstancias con una matáfora propia de su genialidad literaria: no los une el amor sino el espanto.
El espanto que invade el ánimo del trío político no es otra cosa que la calamitosa realidad que ofrece La Pampa después de más tres décadas gobernada por personajes que han transitado por las peores variables del justicialismo (el peornismo, como lo llaman algunos intelectuales identificados con el movimiento creado por Perón).
El espanto que les causa la posibilidad de perder el dominio del feudo pampeano.
Ellos son los principales artífices de la degradación política que sufre una provincia manejada con criterios feudales que se mantienen vivos merced al sometimiento de un Poder Judicial mayoritariamente hecho a la medida del poder político de turno. Y con una oposición (muchas veces funcional) que no ha sabido construir una alternativa capaz de despertar el interés ciudadano para, al menos, iniciar un camino distinto al recorrido en más de treinta años de democracia.
El justicialismo pampeano está dirigido desde entonces por cúpulas que manejan todo para favorecer a parientes, amigos y obsecuentes que transitan por la vida con el paso del ganso. Mientras que el pueblo -incluso el pueblo peronista que pone los votos-, sólo recibe las migajas del gran banquete.
Como bien dice el catedrático italiano Umberto Mazzei (*) al referirse, en general, a las democracias de Occidente, “el problema central del Estado moderno es la representación de la voluntad popular” Y agrega: “Con los sistemas actuales de sufragio periódico, el elector delega su voluntad política con el voto y la soberanía popular se desplaza a sus representantes. En realidad – añade- se desplaza a los partidos políticos, que suelen ser poco democráticos y por eso vemos perpetuarse las camarillas en el poder, jugando a las sillas ministeriales”.
“Esa perversión –dice luego- existe por la pérdida del sentido comunitario, que es la base implícita de la representación; en su lugar ahora se consulta a masas desconectadas, amorfas, fáciles de manipular, como dice José Ortega y Gasset en La Rebelión de las Masas. La representación y la base social amorfa, promueven una clase de políticos profesionales que se constituye en una oligarquía que defiende por igual intereses propios o de particulares, en un clima de confusión irresponsable, como dice Alain de Benoit. Son gobiernos elegidos que no trabajan por los intereses de la gente y del país; son gobiernos de Partidocracia, como ya decían en los 60 Giuseppe Maranini, Georges Burdeau, Maurice Duverger y otros sociólogos políticos. La partidocracia siempre servirá intereses propios y no de esa mayoría que engatusa con cuentos ideológicos, slogans, promesas mentirosas y onerosos espectáculos de movilización”.
Lo que sostiene Mazzei está hecho a la medida de la realidad que ofrece La Pampa después de más de tres décadas de gobiernos elegidos por el voto popular.
El nivel de corrupción que se produjo bajo la administración del otrora ultra menemista Rubén Marín y padrino político de uno de los buchones de la dictadura, sigue dando coletazos y desparramando olores nauseabundos que contaminan el ambiente.
Pocos de los que se enriquecieron con las arcas públicas han sido condenados, otros están bajo la empañada lente de la lupa judicial y muchos de ellos –incluido el propio Marín- han zafado porque los capos siempre encuentran un refugio para vivir en la impunidad.
Nada diferente muestra el siempre astuto Carlos Verna, el hombre más hábil para tirar la piedra y esconder la mano. Rodeado de obsecuentes incondicionales que retransmiten sus estrategias que construye desde las sombras, el barbado es un gran imitador del tero: el grito en un lado y el huevo en otro.
Zafó del banquillo por las coimas del Senado aunque uno de sus colaboradores en la comisión de Presupuesto y Hacienda confesó que él se había encargado de ensobrar pilas de dólares ignorando su origen y destino. Un argumento ideal para la antología del disparate.
Del tesoro de la cámara alta también salieron los fondos que el ingeniero Verna destinó para crear en General Pico fundaciones truchas desde las que construyó el camino que lo condujo a la gobernación de la provincia.
El mutante senador también fue autor de un frustrado proyecto que beneficiaba a los bancos cuando Roberto Lavagna era ministro. Aquella iniciativa fue el detonante de una agria discusión que mantuvo con Cristina Kirchner y que terminó con una irreproducible expresión machista de parte del Barba.
Ningún testimonio tan válido para demostrar su ineptitud en el campo de la ingeniería como el inconcluso megaestadio, ese monstruo dormido asentado sobre cimientos de millones de pesos salidos de los bolsillos de la comunidad pampeana. Un pésimo antecedente que no ha sido obstáculo para que el empresario amigo siga firmando contratos con el Estado provincial.
El último eslabón de la cadena es el contador Oscar Mario Jorge, el hombre elegido por la dictadura para cuidar los dineros del Banco de La Pampa. “Yo era un técnico” suele poner como excusa para despegarse de los genocidas que en la provincia secuestraban, torturaban y violaban mujeres mientras él se dedicaba al patriótico menester de sumergirse en el universo de las matemáticas castrenses.
Por lo que se sabe, Jorge no se ha enriquecido en la función pública, pero haber colaborado con la dictadura agrega una mancha como la que llevan muchos civiles que desde su participación o silencio ayudaron a encender la hoguera a la que fueron arrojadas miles de personas.
Marín, Jorge y Verna forman el triángulo de las Bermudas de La Pampa. En este territorio no se pierden aviones ni embarcaciones… lo que se ha perdido hasta ahora es la esperanza de terminar con uno de los regímenes feudales que aún la democracia no ha podido desterrar.
(*) Umberto Mazzei es doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Florencia. Es Director del Instituto de Relaciones Económicas Internacionales en Ginebra.