Periodismo: no todo está perdido

Por Juan Carlos Martínez

 

García Márquez -que mucho sabía de estas cosas- decía que el periodismo es el mejor oficio del mundo. La elección era más que lógica para quien, como el Gabo, alcanzó la cima de la literatura universal desde el periodismo como punto de partida.

 

García Márquez se formó en las viejas redacciones de los diarios, aquellas verdaderas universidades de las cuales egresaron periodistas que hicieron historia no sólo por su talento sino por el rigor que se imponían a la hora de elaborar una información, hacer una entrevista o al momento de escribir un comentario.

 

Para el Gabo, el buen periodista era aquel que reunía dos atributos esenciales: oficio y ética. A lo que habría que sumar el compromiso (con sus componentes ideológicos) que cada uno asume frente a la realidad en la que está inmerso.

 

"Los periodistas no son artistas" decía para referirse a quienes utilizan la profesión con un desmedido afán de protagonismo y terminan degradando el oficio hasta convertirse en comediantes del periodismo.

 

Dentro de esa categoría de pseudos periodistas se incluyen los mercenarios de la pluma y la palabra, aquellos que mercantilizan tanto lo que dicen como lo que callan. Para ellos, todo se vende y todo se compra. Todo tiene precio.

 

Es más que evidente que el periodismo de las viejas escuelas ya no existe. Obra de los avances tecnológicos, los cambios han sido espectaculares, aunque con esos cambios también se ha ido buena parte de aquel periodismo romántico y combativo, insobornable. Incluido el de la ética.

 

Si nos remitimos a la experiencia argentina de los últimos cincuenta años aparecerán en escena las dos caras visibles del periodismo contemporáneo.


Por un lado, ese periodismo mercantilista, complaciente con el poder político de turno, ajeno e insensible a los intereses populares. Periodismo servil y obediente, funcional a la estrategia de la distracción, como dice Chomsky.

 

Por otro lado, el periodismo independiente, crítico y combativo. El de la libertad. El que en los años de la dictadura pagó el alto precio de decenas y decenas de vidas mientras las estrellas del periodismo de los grandes medios ocultaban esos crímenes y otras atrocidades no menores.

 

Nunca como entonces el periodismo argentino pudo mostrar a sus héroes y a sus villanos. Las dos caras a las que aludimos antes.

 

Una, los símbolos de la ética y la dignidad representados, entre tantos, por Rodolfo Walsh, Paco Urondo y Haroldo Conti.

 

La otra, la de la degradación, la entrega y la complicidad simbolizada por los Grondona, los Neustadt, los Gelblung y ahora por los de la nueva generación de mercenarios como Luis Majul, una de las estrellas de ese periodismo mediocre carente de ética y de principios que ha ganado importantes espacios en los grandes medios de comunicación.

 

La entrevista exclusiva que Macri le concedió a Majul es un anticipo del espacio que el gobierno le tiene reservado a la prensa amarilla para avanzar en la aplicación de sus políticas ultraconservadoras.

 

Ese tipo de periodismo es el que añoran los sectores más reaccionarios de la sociedad que se han lanzado a la ofensiva para modificar la Ley de Medios, uno de los instrumentos más democráticos logrados para terminar con el monopolio de la libertad de expresión.

 

Hay que admitir que hemos perdido mucho, pero no todo está perdido.