¿Democracia cívico clerical?

Por Juan Carlos Martínez

Desde que Jorge Bergoglio llegó a la cumbre jerárquica de la Iglesia Católica se han producido giros en la mirada que algunos tenían sobre el ex arzobispo de Buenos Aires.

Pareciera que el trono de Pedro produce en cierta gente una milagrosa mutación.

Para muchos, el Papa es una suerte de dios de carne y hueso.

Algo más que su representante en la tierra. 

Se le venera como en la antigüedad se veneraba a los dioses creados por la mitología griega.

Hasta el gobierno de Cristina ha cambiado la mirada sobre el santo padre al que en algún momento no lo creyó tan santo.

Y atrás fue quedando aquel tiempo de darle la espalda a las homilías en la Catedral en las que Bergoglio lanzaba mensajes sutiles y no tan sutiles contra el gobierno de Kirchner.

Para el entonces arzobispo de Buenos Aires, la gestión K era una amenaza a los principios sostenidos por la Iglesia Católica Apostólica Romana.
Ni el aborto ni el matrimonio igualitario ni el uso de anticonceptivos ni la educación sexual en los colegios eran temas de agenda.

Cosas de herejes.

Quienes sostenían o impulsaban esos temas no podían presentarse como integrantes del mundo occidental y cristiano aunque sí lo seguían siendo los que asesinaban, violaban o torturaban a mujeres embarazadas hasta hacerlas parir para quedarse con sus criaturas.

Que no eran embriones sino niños recién salidos del vientre de sus madres.

Las mutaciones no han cesado. Continúan y cada vez más se hace evidente la influencia que sigue teniendo la Iglesia Católica en la vida de los argentinos.

Algunas reformas planteadas en el Código Civil, ahora abandonadas por el oficialismo, son por demás elocuentes.

No sólo se borra con el codo lo que se escribió con la mano. Se pone en evidencia que la voluntad de la Iglesia -de lo más retrógrado de la Iglesia- pesa más que la voluntad de los millones de personas, particularmente mujeres- que están reclamando por derechos que históricamente se les ha negado.

Cuando parecía que la Argentina se encaminaba hacia un Estado laico, cuyo próximo paso debía ser la separación de la Iglesia del Estado excluyendo la obligación de los presidentes de profesar la religión católica, otra vez aparece el oscurantismo religioso poniendo piedras en el camino.

Pareciera que hay un puente invisible entre el Vaticano y la Casa Rosada.

¿Alguien está pensando en construir en la Argentina una democracia cívico-clerical?