¡Qué grande somos!

Por Juan Carlos Martínez

La palabra maccartismo nos remite a los primeros años del final de la II Guerra Mundial. Más precisamente a los Estados Unidos donde un senador republicano se convirtió en el mayor inquisidor contemporáneo, una suerte de Torquemada moderno.
Estamos hablando de Joseph Raymond McCarthy, promotor de un proceso de persecuciones ideológicas contra personas sospechadas de ser agentes soviéticos o simpatizantes comunistas.

La fiebre anticomunista llevó a McCarthy a lanzar palos de ciego a diestra y siniestra y en su alocada intolerancia sembró delaciones, acusaciones y denuncias infundadas contra personas de todos los sectores.
Entre los millones de víctimas de las persecuciones ideológicas impulsadas por el maccartismo aparece la figura del genial Charles Chaplin como la más emblemática de todas.
La caza de brujas abrió el camino a las listas negras y se convirtió en un recurso que rápidamente se extendió a lo largo y a lo ancho del planeta.
El lenguaje maccartista incluye varias acepciones de uso frecuente entre nosotros: comunista, rojo o zurdo entre las más utilizadas por los maccartistas criollos.
En los años del terrorismo de Estado a esas acepciones se les agregó la palabra subversivo. La mayoría de quienes estaban incluidos en las listas negras con esos rótulos fueron asesinados, perseguidos, encarcelados y torturados, no pocos marcharon al exilio y los que sobrevivieron perdieron sus trabajos.
Los documentos que acaban de salir a la luz pública con los nombres de las personas que integraban las listas negras de la dictadura demuestran indubitablemente que la sombra de MacCarthy se extendió más allá de las fronteras del imperio del Norte.
La Pampa tampoco fue una isla en ese sentido, tal como lo confirman las listas encontradas en una dependencia de la Fuerza Aérea. Sabíamos que las personas que figuran en esas listas eran perseguidas porque conocíamos de primera mano la situación particular de cada una de ellas. Como sabemos la identidad de algunos de sus delatores, muchos de ellos mimetizados en el sistema democrático.
El maccartismo en la Argentina existió desde siempre, porque antes y después de aparecer en escena el senador yanqui tuvimos (y tenemos) nuestros propios cazadores de brujas. Inquisidores de uniforme, de traje y corbata o de sotana que se encargaban (y se encargan) de censurar a sus semejantes prohibiendo obras de arte y literarias, letras musicales o mandando a la hoguera miles de libros como si se tratara de armas químicas.
Nada fue comparable a la caza de brujas que se desató durante el terrorismo de Estado, pero el maccartismo sigue conviviendo entre nosotros.
Si algo faltaba para confirmarlo, Sergio Massa acaba de disipar cualquier duda al recordar que Martín Sabatella se formó políticamente en el Partido Comunista.
Maccartismo duro y puro. Sin eufemismos.
El orgullo argentino anda por las nubes. Inventamos la birome y la picana eléctrica. Tenemos la avenida más ancha del mundo. El mejor futbolista de la tierra es argentino. Igual que el papa. Y ahora hemos clonado a Joseph McCarthy.
¡Qué grande somos!