¡Disparen contra los menores!
Por Juan Carlos Martínez
Otra vez los cañones apuntan a los menores de edad. No a todos, por supuesto, sino a los que cometen delitos. El remedio es el mismo que siempre reclaman amplios sectores de la sociedad. Aquellos que creen que los problemas sociales se solucionan con el Código Penal. Es decir, endureciendo las penas sin tener en cuenta que las leyes no deben hacerse solamente para castigar a las personas que delinquen -especialmente si se trata de menores- sino también para protegerlas, corregirlas y recuperarlas.
Cuando esos sectores de la sociedad que reclaman endurecer las penas contra menores que cometen delitos, lo que en el fondo buscan no es otra cosa que el chivo expiatorio que necesitan para ocultar otras calamidades que permanecen ocultas.
Calamidades que no generan los menores sino los mayores, especialmente aquellos que tienen poder político o económico y poseen las herramientas apropiadas para evitar los males que dicen preocuparles y que identifican con esa abstracción llamada inseguridad.
Los chivos expiatorios que esos sectores buscan, siempre están entre los más vulnerables. Si el noventa por ciento de los presos que habitan las cárceles argentinas son pobres, y si la mayoría de los menores en conflicto con la ley son del mismo origen, está más que claro que antes de aplicarse el Código Penal hubo otros caminos que no han sido recorridos.
Los médicos hablan de prevenir antes que curar, pero el sistema que domina nuestras vidas transita a contramano de ese principio. Primero generan las enfermedades sociales y cuando el mal ha avanzado peligrosamente no atacan las causas sino sus efectos. Dicho de un modo más claro, los pobres serían los responsables de su pobreza y bajo esa falacia nos quieren hacer creer -dicho de modo figurado- que matando a los pobres morirá la pobreza.
Mientras los mismos sectores que demonizan a los menores insistiendo en cargar sobre ellos las culpas de todos los males, la sociedad convive sin inmutarse con los mayores que han cometido toda suerte de tropelías.
No son los menores los que pergeñan las políticas de exclusión que el poder económico aplica en todo el mundo.
No son los menores los que financian la carrera armamentista y desatan las guerras.
No son los menores los responsables de que casi mil millones de seres humanos -entre ellos un niño cada dos segundos- mueran en el planeta tierra bajo los efectos de enfermedades, desnutrición o hambre.
No son los menores los que contaminan y envenenan el agua, el aire y la tierra para lucrar con los recursos naturales.
No son los menores los que trafican droga por el equivalente de quinientos mil millones de dólares por año.
No son los menores los creadores de las grandes desigualdades que imperan en el mundo ni son los menores los que impiden que la dignidad humana alcance a todos por igual.
Antes de demonizar a los menores de edad deberíamos preguntarnos si los mayores tenemos autoridad moral para reprocharles su comportamiento o para condenarlos mientras no se condena a quienes han colocado a la humanidad en los umbrales de su extinción.