Revisionismo
Por Juan Carlos Martínez
Si hay algo que se ha demostrado con creces acerca de lo ocurrido en la Argentina a partir del golpe del 24 de marzo de 1976 es la existencia de un genocidio por parte del Estado a través de los métodos más aberrantes.
La sentencia que produjo el tribunal que juzgó a la junta de comandantes en 1985 lo dijo con absoluta claridad cuando calificó el accionar de las fuerzas armadas como un plan criminal.
La conclusión a la que arribaron los jueces se produjo luego de haber analizado las distintas variables bélicas conocidas en el mundo, desde la guerra convencional hasta la guerra de guerrillas urbana y rural y en ninguna de ellas encajaba lo ocurrido en la Argentina.
Los jueces entendieron -y entendieron bien- que el secuestro, el confinamiento en centros clandestinos, la tortura, el asesinato, el saqueo de bienes de las víctimas y el robo de niños por parte del Estado eran delitos no contemplados en una guerra, aún cuando sabemos que la guerra, como diría Alberdi, es un crimen.
Si los ingleses hubiesen aplicado en la guerra de Malvinas los métodos que los militares argentinos aplicaron contra sus propios connacionales durante el terrorismo de Estado, el lagarto Alfredo Astiz hubiese recibido un tiro en la nuca luego de sentir en carne propia los efectos de la picana eléctrica o quizás su cuerpo estaría en alguna fosa común o en el fondo del mar.
Sin embargo, el diario La Nación, uno de los medios asociados a la dictadura a través de Papel Prensa junto con Clarín y La Razón, sigue sosteniendo la teoría de los dos demonios pretendiendo colocar en el mismo plano al terrorismo de Estado y a quienes le ofrecieron resistencia, incluso por la vía de las armas, un recurso con el que uno puede no estar de acuerdo pero que contempla la propia Constitución cuando se trata de enfrentar a una dictadura en defensa de la libertad.
En un reciente editorial, el diario de los Mitre vuelve a la carga con su postura revisionista calificando al genocidio de guerra interna e insistiendo en la necesidad de "dejar atrás una etapa dolorosa y crítica de nuestra historia".
Entre otros falaces argumentos cuestiona la anulación que hizo el Congreso Nacional de las leyes de punto final y obediencia debida, aquellas amnistías encubiertas que perdonaban los crímenes de la dictadura -delitos de lesa humanidad- a lo que luego se sumó el indulto menemista.
Para La Nación, la anulación de aquellas leyes interrumpieron lo que el diario califica de "proceso de pacificación", como si el futuro de un país pudiera construirse sobre cimientos de impunidad.
La ofensiva revisionista acaba de agregar otro adherente: el radical Ricardo López Murphy. Devoto de la economía de mercado y defensor de la teoría de los dos demonios -ahora devenido en defensor de asesinos y torturadores que están en prisión- López Murphy ruega que seamos piadosos con los genocidas y pide que si no es posible perdonarlos por medio de una nueva ley de amnistía, al menos que se les permita pasar el resto de las horas que les quedan en sus domicilios.
El objetivo que persigue este repetido intento revisionista no es otro que el de dar vuelta la hoja de ese ominoso pasado para reinstalar en la Argentina el viejo modelo conservador dominado por las políticas que impone el poder económico.
En 1976 lo hicieron a sangre y fuego a través del terror impuesto desde el Estado. Lo continuaron con Menem en los noventa con la garantía que le daban las relaciones carnales con el amo del Norte.
Los promotores del revisionismo ya han encontrado en el inefable Sergio Massa el Capriles argentino o el Menem Siglo XXI y lo están promocionando como si se tratara de un producto comercial.
Los mismos sectores que no ocultan su nostalgia con el pasado reciente -con los grandes medios de comunicación al frente- son los que están convirtiendo a Massa en el nuevo Mesías que llega con la promesa de sacarnos del infierno en el que vivimos para trasladarnos al paraíso perdido.
Nada bueno nos espera si el país quedara en manos de uno de esos líderes artificiales que el poder económico suele utilizar para imponer sus políticas y defender sus intereses.
A eso apunta el revisionismo de los nostálgicos de la dictadura y del dios mercado.