La paloma y el halcón

Por Juan Carlos Martínez

Un dicho popular suele ubicar a las cosas y a las personas en su justo lugar. Cuando se dice que es el mismo perro con diferente collar se está diciendo que las formas no cambian el fondo ni el continente modifica el contenido de las cosas y de las personas.

El perro sigue siendo el mismo a pesar del nuevo collar que luce.

No importa si es de oro, plata o de esa materia prima menos reluciente que emplean los artesanos para fabricar la bisutería que venden en las plazas y en otros lugares públicos.

Jorge Bergoglio -y aquí viene a cuento lo del dicho popular- ahora conocido como Francisco I, no sólo ha cambiado de identidad.

También ha cambiado su indumentaria. 

Ha cambiado el sombrío negro con matices violetas por el blanco.

Blanco como la paloma con la que Picasso simbolizó la paz en medio del crimen de la guerra.

Pero Francisco sigue siendo Jorge.

Es claro que el lenguaje de Francisco I no es el mismo de Jorge.

Francisco es mucho más verborrágico que Jorge.

Menos conservador que Jorge.

Más audaz, sobre todo cuando les habla a los jóvenes.

"Salgan a las calles a hacer lío" les ha dicho con tono de arenga revolucionaria.

¿Francisco no es aquel Jorge silenciosamente cómplice de los setenta cuando los jóvenes salían a las calles a gritar y a resistir a la sangrienta dictadura?

¿Francisco no es el pastor que abandonó a dos de sus ovejas para dejarlas en la hambrienta boca de los lobos con botas?

¿Jóvenes no eran las mujeres que parían en los campos de concentración y morían gritando el despojo de sus criaturas a los sordos oídos de los Bergoglio?

¿Jóvenes -casi niños- no eran los chicos de la Noche de los Lápices que salieron a la calle a gritar por el boleto escolar y se quedaron para siempre en el alba de sus vidas sin conocer siquiera el dulce sabor del primer beso de amor adolescente?

Ilusos los que creen que Francisco es una paloma porque viste de blanco.

Francisco no es una paloma… es un halcón.