Gatillo fácil, justicia ciega

Por Juan Carlos Martínez

El llamado gatillo fácil se popularizó en la Argentina a partir de los crímenes cometidos por policías educados y entrenados en las escuelas del autoritarismo y la dictadura. Pero ese método asesino no sólo lo aplican los miembros de las llamadas fuerzas de seguridad. También suelen emplearlo aquellos civiles que creen que la justicia por mano propia es válida en cualquier circunstancia, incluso cuando se mata al margen de la legítima defensa como contempla el propio Código Penal.
Las víctimas de estos justicieros generalmente pertenecen a los sectores más vulnerables de la sociedad sobre cuyas espaldas la misma sociedad que los produce es la que los margina, desprecia, persigue o elimina física o socialmente.


Cuando en la década de los noventa un ingeniero de apellido Santos mató a dos muchachos que le habían robado el pasacassette de su auto luego de perseguirlos varias cuadras, una parte de la sociedad aplaudió al justiciero como si se tratara de un héroe.

El propio presidente Menem, ante las críticas formuladas contra el justiciero desde la racionalidad política y humana, lanzó un mensaje que en menos de diez palabras justificaba la idea de hacer justicia por mano propia: “Habría que estar en la piel del ingeniero Santos” dijo y de esa manera alentó a esos sectores de la sociedad que son implacables con los ladrones de gallinas pero piadosos con los ladrones de guante blanco.

Menem estaba justificando su propia condición de ladrón de guante blanco y su idea de justicia al justificar el crimen de dos chicos mientras indultaba a los comandantes del genocidio de treinta mil personas.

Hagamos un repaso por dos sucesos ocurridos en este tiempo en la llanura pempeana, donde han aparecido algunos justicieros, uno que se quedó con las ganas de matar y otro que se dio el gusto de hacer justicia por mano propia matando a un chico de trece años que se encontraba en la medianera de su casa.

El primero de esos hechos involucra a Jorge Matzkin, un político que es todo un emblema de la corrupción de los noventa, cuando el menemismo remató a precio vil el patrimonio nacional con el invalorable aporte de un diputado trucho que se sentó en una banca de la mano del entonces legislador pampeano, a la sazón presidente del bloque oficialista

No es el único karma que lleva sobre sus espaldas el ahora millonario personaje: la sangre de los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán son manchas que permanecen indelebles en su historia a pesar de la impunidad que le ha permitido mantener el sistema político-judicial que se resiste a cualquier cambio.

En agosto del año pasado, Matzkin disparó cuatro veces sobre un joven que se dio a la fuga luego de robar sesenta pesos y un atado de cigarrillos en la casa de uno de sus hijos. Uno de esos disparos hechos con un arma de guerra que portaba ilegalmente, dio en el cuerpo del muchacho aunque sin afectar ningún órgano vital.

Mientras el chico fue condenado a trece años de cárcel, el autor de los disparos recibió una pena de dos años en suspenso. No por intento de asesinato sino por abuso de arma de fuego como increíblemente fue caratulada la causa.

El asesinato del niño Cristian Arcona, de 13 años, a manos de Oscar Alfredo Ichoust, ocurrida en Santa Rosa en 2011, es otro de los tantos casos de justicia por mano propia cometidos por aquellas personas que actúan inspiradas en la ley de la selva.

El chico se encontraba subido a una medianera de la casa de Ichoust, ubicada en el mismo barrio donde vive el matador. Cristian sólo llevaba encima un teléfono celular y supuestamente tenía la intención de ingresar a la vivienda de Ichoust, según el testimonio que dio el autor del hecho y su esposa al que el fiscal y los jueces dieron crédito.

Ichoust fue condenado a la pena de dos años y medio de prisión en suspenso y por eso seguirá en libertad.

Los fiscales y los jueces saben que la defensa legítima sólo puede ser aplicable en casos de ataques y cuando el atacado se encuentre en riesgo. Ni Matzkin ni Ichoust estaban en esa situación al momento de disparar.

Lo más preocupante de todo –además de la atrocidad de ambos fallos- es el silencio de los sectores profesionales, políticos y sociales, particularmente de aquellos que resisten cambios en un poder judicial elitista y conservador.

Si la igualdad ante la ley fuera real, como dice la Constitución, por estas horas Matzkin e Ichoust estarían presos y pasarían buena parte del resto de su días en la cárcel.

Foto: Adrián Pascual