La Iglesia, los buenos y los malos

Por Juan Carlos Martínez

"Los argentinos perdimos la oportunidad de hacernos un bien a nosotros mismos, al no saber perdonar a un Videla anciano para que muriese en paz en su casa, junto a su familia. Que alguien haya sido un hombre malo no autoriza a un hombre bueno a ser injusto con él. Ese fue precisamente el crimen atroz de Videla y sus compañeros, que creyeron que sus enemigos eran hombres malos y decidieron matarlos cruelmente. Espero que la mala muerte de un hombre malo nos sirva para pensar en una justicia mejor para los responsables por los crímenes de los años 70".

Lo anterior es parte de un artículo escrito por Héctor Ricardo Leis en el diario La Nación del lunes 20 de mayo de 2013, a propósito de la muerte del genocida Jorge Rafael Videla.

El objetivo del autor del artículo semeja al de aquellos sectores (militares, civiles y religiosos) que nos hablan de perdones, olvidos y reconciliaciones en nombre de la convivencia como si los verdugos y sus víctimas pudieran colocarse en un mismo plano de igualdad. Nos remite, sin decirlo, a la teoría de los dos demonios.

Lo escrito por Leis está en sintonía con algunas expresiones que desde hace tempo provienen de hombres y mujeres ligados a la Iglesia Católica. El propio Franciso I viene hablando de la voluntad de Dios para perdonar, y aunque no identifique a quienes se refiere, va de suyo que se trata de un mensaje subliminal quizás para preparar el clima para un eventual pedido de perdón para quienes pusieron en marcha la maquinaria de terror bajo la advocación de Dios.

Todo un dilema para la milenaria institución porque Videla y quienes contribuyeron con su acción o con su silencio a sembrar la muerte en este país siempre sostuvieron la necesidad de eliminar a los malos para que sobrevivieran sólo los buenos, según una calificación que ellos mismos impusieron.

En ese sentido, Videla no hizo más que cumplir con la teoría que Santo Tomás de Aquino expuso en el Siglo XIII mediante su obra Suma Teológica, teoría con la cual la Iglesia Católica estuvo de acuerdo que se aplicara durante la dictadura militar.

En aquel documento se decía, entre otras cosas, que "cuando la muerte de los malos no entraña ningún peligro, sino más bien seguridad y protección, se puede lícitamente quitar la vida a aquellos".

El mandamiento de no matar podía -y todavía puede- convertirse en letra muerta si los que matan son los buenos y los que mueren son los malos, siempre en el marco de la interpretación subjetiva que ellos hacen del bien y del mal.

El dilema de la Iglesia transita por estas horas entre tres opciones: no decir nada sobre la muerte de Videla, aprovechar la oportunidad para instar a la reconciliación de los argentinos a través del perdón o condenar a Videla por los crímenes.

Como bien sabe Bergoglio, la condena al genocida mayor implicaría una condena para la propia iglesia por su activa participación en el asesinato de treinta mil personas y el robo de más de medio centenar de niños.
Vaya uno a saber qué dirá el santo padre que vive en Roma…

N. de R. "La condición del perdón, requiere arrepentimiento... el arrepentimiento sincero viene luego de la condena. No valen los arrepentidos cuando saben que no habrá condena. Un arrepentido sincero es aquel condenado en cárcel común que se arrepiente. A partir de esa condición inicial, cada víctima podrá perdonar o no en su fuero íntimo, eso no tiene que ver con la libertad de los genocidas porque el delito es contra la humanidad. Es decir, una víctima puede perdonar, pero la humanidad no".

(Miguel Palazzani, fiscal subrogante en la causa que se instruye en Bahía Blanca por delitos de lesa humanidad).