Pregúntenle a Bergoglio
Por Juan Carlos Martínez
Aunque no es lo mismo ser Papa que papá, la sonrisa de Francisco I traduce un estado de felicidad propio del padre que atesora entre sus brazos a su amado hijo. El celibato no le ha permitido a Francisco proyectar su descendencia, pero su amor por los niños (eso es lo que transmite la foto) está por encima de esa arcaica formalidad que algunos pecadores de sotana suelen transgredir.
A partir de esas transgresiones que suelen cometer los hombres de sotana que no soportan la abstinencia sexual, en España se ha popularizado una suerte de advertencia a quienes pueden tener más dudas que certezas sobre su origen biológico. “Nunca digas de esta agua no he de beber ni este cura no es mi padre”.
El dicho, recordemos, también se ha popularizado en Paraguay después de las revelaciones sobre la reconocida paternidad del ex presidente Lugo.
Volviendo a los niños, nadie, al menos hasta ahora, ha señalado -ni siquiera insinuado- que el nuevo Papa registra alguna paternidad clandestina. Pero lo que sí está fresco en la memoria de los que no han sufrido un repentino estado de amnesia, es la densa historia de Jorge Mario Bergoglio –el papá del nuevo Papa- frente al robo de niños durante la dictadura cívico-militar-clerical.
Por aquellos años las iglesias eran uno de los lugares más visitados por las abuelas que buscaban a sus nietos apropiados. El clamor de aquellas mujeres resonaba a los sordos oídos de la Iglesia con el eco de su silencio.
“No la busque más… está en manos de gente de mucho dinero” fue la respuesta que Chicha Mariani recibió de parte del monseñor José Montes, segundo de Antonio Plaza en la catedral de La Plata, ciudad donde el terrorismo de Estado se aplicaba bajo su bendición.
Una respuesta similar le dio el sacerdote Emilio Graselli, cuando la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo lo entrevistó en la iglesia Stella Maris donde el cura matizaba su función sacerdotal con la de agente de los servicios de inteligencia de la dictadura.
Mientras Chicha y su esposo Enrique Mariani esperaban una respuesta, Graselli revisaba el fichero donde registraba datos sobre personas desaparecidas. Entonces les dijo que se iba a ocupar del caso y que volvieran en un par de días.
Cuando los abuelos de Clara Anahí volvieron a la iglesia, Graselli deslizó un reproche cargado de hipocresía: “Debieron haber venido antes, ahora es tarde, la niña está con gente de mucho poder y dinero… no se preocupen, estará muy bien cuidada”.
Por aquellos años, el provincial Bergoglio también escuchó el clamor de familiares de desaparecidos que buscaban a sus seres queridos. Los reclamos le llegaron al padre del nuevo Papa de parte de familiares de la desaparecida Elena de la Cuadra, quien en 1977 había dado a luz a una niña.
Bergoglio derivó el caso al arzobispo auxiliar de La Plata y se desentendió para siempre del reclamo. Sin embargo, al declarar bajo juramento de decir la verdad en el marco del juicio por el plan sistemático del robo de bebés, Bergoglio dijo que recién se había enterado de la apropiación de niños en 1985, durante el juicio a las juntas militares.
En nombre de Dios no sólo se mata: también se miente.
Cuando un izquierdista anticlerical la preguntó al nuevo Papa por la hija de Elena de la Cuadra y los centenares de niños apropiados durante la dictadura, Francisco I respondió: “No tengo nada que ver, pregúntenle a Bergoglio”.