Haz lo que yo digo...

Por Juan Carlos Martínez

 

Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago es uno de los consejos bíblicos más popularizados, no sólo entre los católicos sino entre quienes son agnósticos en materia de religiones.
Lo más curioso de todo es que a nadie mejor que a la propia Iglesia Católica ese consejo le calza tan bien, tan justo. Es, por decirlo de alguna manera, un traje a medida.
En la asunción del cardenal Jorge Bergoglio al trono de Pedro volvió a relucir la frase bíblica, esta vez en labios de Francisco I.

“Quiero una Iglesia pobre para los pobres” pidió el nuevo Papa desde el Vaticano donde el oro brilla por todos los rincones como testimonio de la monumental riqueza que atesora la milenaria institución.

Una iglesia de pobres para pobres tendría que comenzar por apartarse de los incalculables bienes materiales que conforman su patrimonio y abandonar su participación en empresas industriales, comerciales y financieras, algunas de ellas asociadas a organizaciones mafiosas como la que lucró con el ex Banco Ambrosiano.

Es una hipocresía hablar para los pobres y trabajar para los ricos o proclamar la lucha contra la pobreza mientras el Vaticano sigue ligado a esa fábrica de pobres que es el capitalismo.

La Iglesia Católica no puede invocar la paz como objetivo mientras participa en empresas que fabrican armas.

No se puede predicar la defensa del sistema democrático mientras se bendice y protege a sangrientas dictaduras. Mucho menos si sus pastores entregaron sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas.

Tampoco se puede hablar de democracia si de los mil millones de católicos que hay en el mundo sólo ciento quince hombres son los que eligen al jefe de la institución que en dos mil años de existencia no ha podido abandonar un sistema monárquico para elegir sus autoridades.

No puede hablarse de democracia cuando el espíritu patriarcal impide que las mujeres no sólo no puedan conducir a la iglesia sino que ni siquiera pueden elegir a quien la dirige.

No se puede hablar de la protección de la niñez mientras se protege al ejército de pedófilos que se esconden debajo de la sotana.

No se puede hablar de los derechos del niño mientras se silencia o protege el plan sistemático del robo de bebés que se produjo en la Argentina.

La Iglesia se opone al uso de anticonceptivos mientras forma parte de la empresa Sereno que fabrica las píldoras anticonceptivas Luteolas.

No se puede condenar la homosexualidad o el matrimonio igualitario cuando puertas adentro las relaciones sexuales entre personas del mismo género son una constante.

Francisco I dejará de ser Jorge Bergoglio cuando se aleje del doble discurso, la doble moral, la doble conducta y de aquella frase bíblica que dice…haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago.