Dime quién te aplaude…
Por Juan Carlos Martínez
Nadie, entre los humanos, jamás ha recibido juicios unánimes. Ni los mejores ni los peores han tenido ese premio o ese castigo. El flamante papa Francisco I tampoco lo tiene. No podría tenerlo. Ni siquiera Dios -entre los tantos dioses que hay- lo tiene.
Se entiende, entonces, por qué el ascenso de Bergoglio al trono de Pedro ha sido recibido entre críticas, aplausos y silencios. Los hay sinceros, los hay interesados y los hay oportunistas. Hay de todo en la viña del señor. También la religión tiene su faceta ideológica.
El mismísimo vocero del Vaticano, Federico Lombardo, acaba de cargar contra quienes recuerdan críticamente un capítulo de la vida del nuevo papa: su complicidad con la dictadura militar.
A esos críticos el vocero los calificó de "izquierdistas anticlericales". La temprana reacción de la Iglesia para defender a Bergoglio de su incómodo pasado refleja la importancia que le asigna la milenaria institución al karma con el cual Francisco I se hizo cargo del timón que abandonó recientemente Benedicto XVI.
Esa reacción no sólo tiene como finalidad separar a Francisco I de su connivencia con la dictadura cívico-militar-clerical. También conlleva el propósito de lavar la imagen de la propia Iglesia Católica por su probada complicidad con la sangrienta dictadura.
Si le será difícil al Vaticano deslizar sobre la figura de Francisco I la imagen del Papa impoluto, mucho más difícil de concretar le resultará a la Iglesia borrar las profundas huellas que dejó la institución como brazo espiritual (y a veces material) del terrorismo de Estado que se llevó la vida de treinta mil personas.
Sobran los testimonios de esos vínculos, pero nadie lo expresó mejor que los 44 represores que actuaron en el campo de concentración y exterminio cordobés de La Perla. Los genocidas llevaban sobre su indumentaria una escarapela con los colores del Vaticano: amarillo y blanco.
Dime quién te aplaude y te diré quién eres.