No al miedo

Por Juan Carlos Martínez

 

La tendencia general en un mundo globalizado consiste en endurecer las respuestas al creciente descontento que producen las tremendas desigualdades entre los países centrales y los países periféricos y en la misma proporción las que existen entre ricos y pobres.

 

La franja que separa a unos de otros se amplía permanentemente ante la impotencia de los millones y millones de personas que día a día van quedando fuera de un sistema que no tiene piedad para convertir a esas masa inerme en simples residuos humanos.

 

Una de las herramientas que utilizan los grupos de poder para defender el statu quo vigente, además de la represión violenta que aplican las llamadas fuerzas del orden, es el miedo.

 

No sólo el que producen los golpes, las balas y otros instrumentos represivos que se descargan contra los que resisten, sino también contra los seres más vulnerables, como son los niños.

 

El miedo se multiplica y se expande por toda la geografía de esta Argentina gobernada por civiles con manu militari.

 

El miedo a perder el empleo. Que es como quedarse sin pan, sin techo, sin obra social, sin futuro para sus hijos.

 

El miedo de los jubilados a perder el precario poder adquisitivo que profundizó la brutal devaluación del cuarenta por ciento.

 

El miedo de los que conservan el empleo pero que viven bajo la amenaza que infunde el gobierno cuando los coloca entre la espada y la pared al poner techo a las paritarias, es decir, entre su depreciado ingreso y el empleo.

 

El miedo de los que no tienen techo y deben alquilar bajo condiciones inalcanzables.

 

El miedo de los que se verán en figurillas para pagar las facturas de la luz, el gas, el agua y las tasas municipales.

 

El miedo de los trabajadores al previsible incremento del precio de los pasajes de los servicios públicos, el único medio que tienen para ir y venir de sus empleos los laburantes.

 

El miedo a transitar por las calles y toparse con la prepotencia de policías que lo someterán a violentas e ilegales requisas como en los tiempos de la dictadura.

 

El miedo a denunciar semejantes atropellos por temor a que la misma policía le plante algún elemento extraño que no le pertenece para que algún juez lo convierta de víctima en victimario.

 

El miedo a encontrarse en la cola del supermercado, del banco o del cine con el verdugo que lo torturó en un campo de concentración o en una comisaría.

 

El miedo que tienen las abuelas que buscan a sus nietos robados de irse de este mundo sin el reencuentro con los hijos de sus hijos asesinados por la dictadura.

 

El miedo de los periodistas que escriben o hablan con libreto propio a enmudecer por la intolerancia de los que pretenden apropiarse de la libertad de expresión.

 

El miedo de una sociedad que sufrió el escarnio del terrorismo de Estado a revivir aquel ominoso pasado a través de una dictadura que elimina a sus disidentes por decreto.

 

El miedo a que la impunidad prevalezca sobre la justicia y se eche un manto de olvido sobre los delitos de lesa humanidad.

 

El miedo de ver a la Argentina nuevamente involucrada en conflictos internacionales atrapada por el regreso a la obediencia debida que nos impone el imperio del Norte,

 

El gobierno de Macri utiliza el miedo como avanzada para imponer sus objetivos. Sabe que el miedo paraliza. Pero sabe, también, que cuando la sociedad vence al miedo, la historia cambia de rumbo.

 

Por eso es que el gran desafío para los argentinos de este tiempo es decirle NO AL MIEDO.