Verna, el poder y el dinero

Por Juan Carlos Martínez

 

Si algo hay que reconocerle a Carlos Verna es su habilidad para adaptarse a las cambiantes circunstancias que se viven en un país como la Argentina, donde las convicciones y los principios suelen depreciarse con tanta rapidez como se deprecia la moneda.

 

En ese sentido, Verna es el que mejor simboliza a una clase de dirigentes que utiliza la política para acumular poder y desde ese poder mantener cautiva a buena parte de la sociedad con los dineros del erario a través del empleo púbico y los negocios de los cuales participan aquellos empresarios amigos que integran la patria contratista.

 

El derrotero seguido por Verna desde que comenzó a transitar por los laberintos de la burocracia estatal, hace más de treinta años, está signado por las cuestiones económicas. O sea, por el dinero.

 

Lo demostró en su paso por el Senado de la Nación (el de las coimas) como presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda. El manejo cuasi anárquico de millones de dólares le permitió destinar cuantiosas sumas de dinero a la creación de fundaciones truchas en General Pico para financiar su campaña política como candidato a gobernador.

 

El poder del dinero sobre el poder de las ideas.

 

Desde esa estratégica comisión de la cámara alta, Verna tejió estrechas relaciones con la banca nacional e internacional en sociedad con el lobista Carlos Bercún, revelación que públicamente hizo en su momento el ex ministro de Economía, Roberto Lavagna ante la entonces presidenta de la Comisión de Acuerdos del Senado, Cristina Fernández, declarada enemiga del actual gobernador pampeano.

 

Es difícil, por no decir imposible, encontrar en los discursos de Verna una preocupación mayor que la económica. Todos los caminos conducen al mismo destino: el dinero.

 

El ascenso de Macri a la presidencia fue recibido por Verna con indisimulado beneplácito. Hasta admitió con una sonrisa la metáfora lanzada por Mac Allister cuando el ex futbolista dijo que “para un ingeniero no hay nada mejor que otro ingeniero”.

 

Sin embargo, el rostro de Verna se transformó cuando Macri le quitó por decreto a La Pampa el quince por ciento de coparticipación. “Es más unitario que federal” deslizó a modo de queja el hombre de la Banelco.

 

Quitarle caja a Verna es como dejarlo sin aire para respirar.

 

Recién entonces ensayó alguna crítica tras haber permanecido en silencio mientras el nuevo presidente convertía al gobierno en una dictadura por decreto, ajustaba los cinturones de los pobres, alimentaba las arcas de los ricos y mandaba a la calle a miles y miles de trabajadores.

 

Ducho en ese juego pendular al que se consagran los políticos que carecen escrúpulos y principios, Verna repartió culpas entre el gobierno de Cristina y el de su antecesor Jorge.

 

Como si se tratara de un marciano que acaba de aterrizar en la llanura pampeana y usando un lenguaje a lo Pilatos, Verna hablaba como si no formara parte de la banda que gobierna esta provincia de manera ininterrumpida desde el 10 de diciembre de 1983.

 

“Tienen conciencia de que La Pampa fue discriminada por el gobierno anterior” deslizó como para hacernos creer que en la galería de mediocres que manejan los destinos del país hay alguna dosis de racionalidad.

 

Vieja y perversa costumbre que aplican los políticos inescrupulosos para ganar espacios entre los que tienen en sus manos las llaves de la caja grande, es decir, el dinero.

 

Lo que está claro a esta altura de la realidad mundial es que no será de la voluntad de un títere como Macri de donde saldrán los dineros para La Pampa sino de lo que decida ese poder invisible globalizado al que nos han atado de pies y manos.

 

Sea quién sea el que tenga las llaves de la caja grande y esté donde esté, hasta allí llegará Verna, si es preciso de rodillas y con la mano extendida como un pordiosero, para satisfacer su insaciable sed de poder y dinero.