El miedo a la libertad
Por Juan Carlos Martínez
El autoritarismo que gobierna la Argentina comenzó su gestión sembrando miedo. La brutal devaluación fue el primer paso. El miedo se extendió como un reguero de pólvora sobre la vida de millones de argentinos. Los más golpeados –como siempre ocurre- fueron los sectores más vulnerables. Los afortunados de la pobreza cero.
Mientras una ola de pánico recorría de punta a punta el país, el gobierno ponía en marcha el escudo defensivo: la emergencia nacional en seguridad. Es decir, el aparato represivo. La única manera que tiene el capitalismo para responder a las injusticias generadas por el propio sistema.
La democracia argentina se convirtió en una dictadura por decreto. El estado de derecho mutó de un plumazo a un estado de derecha. El miedo invadió a miles y miles de hombres y mujeres despedidos de sus lugares de trabajo. Primero fueron los del Estado. Sobre las espaldas de las víctimas se colocó el rótulo de ñoquis. La nueva versión usada por la ociosa burguesía macrista en la caza de brujas. Los desaparecidos de Macri se extendieron al sector privado. El festejo continuará. Gobierno de ricos para ricos.
Nada nuevo en la variable de ajuste ordenada por los grupos económicos multinacionales cuyos voceros –los grandes medios de comunicación- danzan al compás de la perversa melodía globalizada.
Como bien sostiene Zygmunt Bauman al referirse a las consecuencias humanas de la globalización, “el mercado laboral es demasiado rígido, hay que flexibilizarlo. Eso significa volverlo más sumiso y complaciente, fácil de menoscabar y moldear, cortar y amasar, sin que oponga la menor resistencia a lo que se le hace. Dicho de otra manera, el trabajo es flexible en la medida en que se convierte en una suerte de variable económica que los inversores pueden excluir de sus cuentas, con la certeza de que sus acciones, y sólo ellas, determinarán su conducta”.
El miedo es un rayo que no cesa. La criminalización de la protesta se oficializa en Jujuy con nombre y apellido: Milagros Sala entre rejas. Es una india revoltosa, desestabilizadora, irreverente con las leyes, ¿Volvió Roca? No. Es la Jujuy del radical PROfascista Gerardo Morales. La Jujuy del apagón del ingenio Ledesma. La de Carlos Blaquier. Uno de los empresarios involucrados en delitos de lesa humanidad. Impune durante cuarenta años. Según La Nación, un perseguido político.
La teoría de los dos demonios vuelve a instalarse en el discurso oficial impulsada por un gobierno integrado por no pocos nostálgicos de la dictadura. Hombres y mujeres tan derechos y humanos que son capaces de abrir las puertas del Estado para recibir a quienes continúan defendiendo a asesinos, torturadores y apropiadores de niños. Víctimas y victimarios en un mismo plano. Todo es igual, nada es mejor.
El miedo nos invade. Hay que sostenerlo en el tiempo y en el espacio. El enemigo habita en cualquier rincón del país. Está al acecho. El desconocido es un delincuente en potencia. Sobre todo si es negro y no viste ropa de marca. Es un sospechoso al que hay que pedirle documentos como en los tiempos de la dictadura.
Hay que evitar que las calles y las plazas se conviertan en espacios propicios para las protestas sociales. Embriones de la subversión moderna. La seguridad exige mano firme y dura.
Garrote y balas (por ahora de goma) para poner a todo el mundo en vereda.
En nombre de la paz de los cementerios y del orden de las bayonetas, el gobierno de Macri ha hecho de la cultura del miedo su mejor arma de combate.
Como diría Froom, es el miedo a la libertad.