Miedo

Por Juan Carlos Martínez

 

"La gente ha perdido el miedo" dice Mauricio Macri memorizando uno de los eslóganes de su campaña. La frase la vienen repitiendo sus principales colaboradores. El candidato presidencial siempre habla en abstracto. Lo concreto es su ambigüedad. Nunca identifica a "la gente". Tampoco explica a qué miedo se está refiriendo.

 

El miedo viene a ser el fantasma con el que muchos padres asustan a sus hijos para frenar alguna travesura. Viene el hombre de la bolsa, decían los progenitores de antaño. El hombre de la bolsa era el pobre linyera que deambulaba por la vida sin saber adónde iba. El hombre de la bolsa de hoy es el que llena su billetera en la Bolsa de Valores. El que manda el dinero sucio a los paraísos fiscales. A los que bien podría identificarse como los paraísos fecales.

 

El asunto es meter miedo. El de Macri es un mensaje vacío de contenido pero efectista, pensado por alguno de sus sesudos asesores de campaña. Es el arte de hablar para no decir nada. Sabiendo que la ambigüedad es el equivalente del no compromiso. Hay cuestiones sobre las cuales conviene no profundizar. Sobre todo cuando el talento es lo que menos abunda. "La gente ha perdido el miedo" repite mientras los grandes medios de comunicación machacan con el mismo libreto.

 

¿Miedo a qué? ¿Miedo a quién? El cuco es el gobierno que ya se va. Por eso hay que votarme a mí para terminar con el miedo, repite el candidato que la derecha lleva como emblema. Toda una garantía para convivir civilizadamente. Hasta Cecilia Pando está feliz porque con Macri presidente se acabarán los miedos. Y por eso ella y sus amigos genocidas volverán a creer en el país que sembraron de cadáveres.

 

En aquel país gobernado por el dios mercado. Cuando los genios de la economía neoliberal metían miedo con los mismos fantasmas que ahora han exhumado: el Estado elefante, el déficit presupuestario, el precio del dólar, la fuga de capitales, la caída de la bolsa, la pérdida de confianza de los mercados, la inseguridad jurídica, el hambre que ellos mismos fabrican, la libertad en la que no creen, la corrupción que los alimenta, el malhumor de los banqueros, el aislamiento de la Argentina con el resto del mundo…

 

Los editoriales de los grandes medios de la Argentina y del exterior, manejados globalmente por el sistema que domina al mundo, agitan los mismos fantasmas.

 

Pero el miedo para muchos argentinos no son fantasmas: son los hombres y mujeres de carne y hueso que rodean a Macri como las aves de rapiña sobrevuelando sobre la presa que están a punto de devorar.

 

El miedo a las relaciones carnales con el imperio del norte.

 

El miedo a seguir siendo su patio trasero.

 

El miedo a convertir nuevamente a la embajada de Estados Unidos en una consultara de los gobernantes.

 

El miedo a dar la espalda a la unidad latinoamericana.

 

El miedo a los colonizadores sedientos de nuestras riquezas naturales.

 

El miedo a viajar en el colectivo junto al asesino y al torturador, como alguna vez dijo Cortázar con su mirada premonitoria.

 

El miedo a las privatizaciones de los noventa y al segundo remate de las joyas de la abuela.

 

El miedo a la salvaje devaluación que ya anticipan sus economistas.

 

El miedo a condenar a los jubilados al hambre.

 

El miedo a las brutales rebajas de presupuestos en educación, salud y vivienda.

 

El miedo a la reaparición de la Banelco para comprar o frenar leyes en perjuicio de los trabajadores y en beneficio de banqueros y empresarios.

 

El miedo a que los jueces de la Corte repitan el romance que tuvo Menem con los supremos en los tiempos de Nazareno.

 

Ése es el miedo. No el miedo en abstracto. Es el miedo concreto. El miedo conocido. El miedo visible. El miedo palpable. El miedo padecido. El miedo sufrido.

 

Volver a esa Argentina del miedo sería como volver al peor de los infiernos.