La primavera de Alfonsín, el invierno de Macri
Por Juan Carlos Martínez
En los primeros meses de 1984, en plena primavera democrática, Raúl Alfonsín deshojaba la margarita buscando el camino menos escabroso para llevar al banquillo a los máximos responsables del terrorismo de Estado. El flamante presidente caminaba entonces en punta de pie, tratando de encontrar la fórmula menos agresiva para evitar una reacción en cadena por parte de los militares, aunque el desprestigio que se habían ganado por las atrocidades que estaban saliendo a la luz en todo el mundo y la derrota en la guerra de Malvinas, nos les dejaba margen para resistir.
Alfonsín hizo un vuelo de aproximación dejando en manos de los tribunales militares el juzgamiento a los máximos responsables del genocidio, pero el intento no tuvo éxito: el espíritu de cuerpo de la corporación militar prevaleció sobre el deseo presidencial de que sean los propios militares los encargados de investigar, procesar y condenar a sus pares.
Fue un intento quimérico porque las tres fuerzas armadas habían participado en el genocidio: muy pocos de sus integrantes podían mostrar sus manos sin manchas de sangre.
Tras el fracaso de ese ensayo, Alfonsín no tuvo más remedio que poner en manos de jueces de la Constitución el juzgamiento de los máximos jerarcas del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea y de esa manera se concretó el histórico juicio a las Juntas Militares.
Por aquellos días las discrepancias dentro del radicalismo se manifestaban entre quienes querían juicio y castigo para los responsables y los que ponían paños fríos agitando la teoría de los dos demonios.
Los más comprometidos con la verdad y la justicia no sólo querían juzgar a los militares: sugerían llevar al banquillo a los empresarios que habían colaborado activamente con la dictadura, comenzando por José Alfredo Martínez de Hoz, uno de los artífices del genocidio económico.
Sin embargo, dos años después del juicio a las juntas, la presión de los militares y de sus cómplices le doblaron el brazo a Alfonsín y así nacieron las leyes de punto final y obediencia debida. Es decir, la impunidad que Menem completó con el indulto a los comandantes del plan criminal, como dijo el fallo del tribunal que los condenó.
Empero, la persistente lucha de los organismos de derechos humanos dio sus frutos bajo el gobierno de Néstor Kirchner cuando el Congreso Nacional anuló las leyes del perdón y de esa manera volvió a abrirse el camino para juzgar a quienes habían participado en los múltiples delitos de lesa humanidad.
En ese contexto el índice acusador volvió a dirigirse a los empresarios que habían participado en forma directa y activa en la orgía de sangre. Se iniciaba así el recorrido de otro camino escabroso porque entre los acusados se incluían personajes como Carlos Blaquier, cuyo procesamiento despertó una reacción en cadena de otros empresarios y de los grandes medios de comunicación como Clarín y La Nación, ambos involucrados en la apropiación de Papel Prensa en sociedad con la dictadura.
Hace pocas horas el senador radical Mario Cimadevilla dijo que su bloque no acompañará el proyecto aprobado en Diputados con el voto de 21 legisladores radicales para crear una comisión bicameral que investigue la complicidad civil durante la dictadura.
El radicalismo repite las discrepancias que surgieron en la primavera democrática, ahora en sintonía con la postura del PRO, a cuyo candidato presidencial votarán de acuerdo a lo que decidió el partido en Gualeguaychú.
Ese acuerdo significa que un sector del radicalismo está dispuesto a dar vuelta la historia que impulsó Alfonsín con el juicio a las Juntas cuyo fallo alcanzó enorme trascendencia no tanto por el monto de las condenas sino por su valor pedagógico.
Si Macri llega a la presidencia, los radicales que le den su voto festejarán su triunfo junto a los mismos que Alfonsín mandó al banquillo por haber participado en los hechos que provocaron la mayor tragedia de la historia argentina con treinta mil desaparecidos, seiscientos niños robados, millones de argentinos en la ruina y un país que a punto estuvo de sucumbir.
Salvo que el radicalismo esté dispuesto a suicidarse políticamente, de otro modo no se entiende su decisión de pasar de la primavera de Alfonsín al invierno de Macri.