Nubarrones
Por Juan Carlos Martínez
Los tres candidatos con mayores posibilidades de convertirse en el próximo presidente de los argentinos son, en ese orden, Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa. Eso es lo que anticipan la mayoría de los encuestadores. Que a veces aciertan.
Por lo que cada uno de ellos ha demostrado a través de las distintas funciones públicas que han cumplido y por las ideas que sustentan, los tres están atravesados por las políticas neoliberales de los noventa.
Dicho de un modo más preciso: los tres llevan en su ADN sangre menemista.
Las coincidencias se proyectan más allá de la economía: se extienden a las políticas de seguridad pública. Y es ahí cuando aparecen los manuales de la mano dura. Y los expertos en aplicarlos.
Un anticipo de lo que se vendría con Scioli presidente lo ha demostrado el hasta ahora gobernador de Buenos Aires en todo su mandato. Y lo ratificó en Mar del Plata con la salvaje represión policial de la que fueron víctimas las mujeres que se manifestaron en las calles reclamando sus derechos.
Que sea Sergio Berni el futuro ministro de Seguridad en su eventual gobierno, no es otra cosa que ratificar la política del garrote. Y la de las balas de goma. Que suelen mezclarse con mucha frecuencia con las de plomo. O sea, las del gatillo fácil tan bien aplicado por la maldita bonaerense.
Mientras en las cárceles de la provincia de Buenos Aires el hacinamiento y el maltrato a los presos (torturas y muertes incluidas) es una constante sin solución de continuidad), Scioli anuncia la creación del Ministerio de Derechos Humanos.
El futuro ministro sería Guido Carlotto, el mismo que ejerce la secretaría del área pero que hasta ahora no ha cuestionado la política del garrote y las balas que se aplica en el mayor distrito de la Argentina. Tampoco lo que ocurre en las cárceles de la provincia.
Por si faltara algo para imaginar el futuro en manos de Scioli presidente, Ricardo Casal es el número puesto para el ministerio de Justicia. Justamente es Casal el responsable de la realidad que se vive en las cárceles del Servicio Penitenciario Federal y que han merecido reiteradas denuncias de organizaciones sociales, entre ellas las del CELS y de su presidente Horacio Verbitsky .
El presidenciable Mauricio Macri ya ha dado pruebas más que suficientes en ambas materias. El Estado será el puente por el que transitarán los negocios privados de los funcionarios y sus amigos, como ocurre actualmente bajo su gobierno en la ciudad de Buenos Aires.
Con Macri presidente, la seguridad de los ciudadanos estará en manos de una policía dotada de los mejores instrumentos que se fabrican en el mundo para persuadir a los revoltosos que salen a las calles a reclamar paz, pan y trabajo en nombre de ese curro conocido como derechos humanos.
Por su parte, el tigre Sergio Massa vestirá nuevamente al país de verde oliva sacando a las calles a los militares para combatir a los narcotraficantes que son buscados por todos los rincones menos en la zona del Delta, desde donde dirigen los operativos de envenenamiento colectivo de nuestros jóvenes.
Ni Scioli ni Macri ni Massa han nacido de un repollo. Los tres son producto de lo que los argentinos (no todos, claro está) hemos sembrado.
Que ellos sean los hombres con mayores posibilidades de acceder a la presidencia de la Nación pone de relieve que la construcción democrática de cara al futuro se asienta sobre cimientos de barro.
En treinta y dos años de democracia el país ha reconstruido buena parte de lo que destruyó la dictadura cívico-militar-clerical. Pero no ha sido suficiente para disipar los nubarrones que vuelven a asomar en el horizonte.