Gatos incorregibles
Por Juan Carlos Martínez
Los peronistas siempre calificaron a Jorge Luis Borges como un gorila. En verdad, políticamente hablando, el notable escritor era un simio afeitado. “Los peronistas no son ni buenos ni malos… son incorregibles” había dicho Borges y aquella frase quedó grabada a fuego en los partidarios de Perón.
Y ahí es cuando surge la pregunta: ¿Incorregibles en qué sentido?
No es fácil explicar con precisión la sentencia de Borges, pero a la luz de lo que uno ha ido observando a lo largo de la historia política desde que Perón le dio vida al movimiento que irrumpió en la década de los cuarenta, encuentra razones que explicarían lo de incorregibles.
Para no ir tan lejos en la historia, analicemos aunque sea someramente el comportamiento de la dirigencia peronista de La Pampa.
Perón decía que los peronistas son como los gatos: cuando gritan no se están peleando… se están reproduciendo.
Los ejemplos más elocuentes son Marín y Verna y los obedientes seguidores más cercanos de ambos.
Cuando los dos gatos mayores intercambian insultos o descalificaciones a los gritos, no están enfrascados en una pelea: están reproduciendo a la especie.
La diputada camporista Luchy Alonso es producto de esa reproducción, cosa que acaba de demostrar en Victorica, su pueblo natal.
Allí recibió a Carlos Verna. Al mismo que no hace mucho tiempo lo había colocado en la galería de los enemigos del kirchnerismo y a quien en las elecciones de agosto le arrebató miles de votos porque Verna era entonces la antítesis del modelo encabezado por Cristina.
Es decir, un opositor al que otras voces del mismo origen calificaron de traidor.
Ahora sabemos que los gritos de Alonso no respondían a una pelea entre compañeros porque para un peronista no hay nada mejor que otro peronista: eran los gritos de la reproducción a la que Perón se había referido hace tiempo y allá lejos.
Y como para que no quedaran dudas de las razones por las cuales el grito de los gatos resonó en Victorica, la diputada se sentó al lado del gato con barba y en medio de sonrisas de oreja a oreja, desgranó un rosario de lisonjas al candidato al que en otros tiempos Cristina mandó a poner sus barbas en remojo.
Perón diría que son cosas de gatos.
Y Borges, que son gatos incorregibles.