¿Reconciliación o impunidad?

Por Juan Carlos Martínez

 

Cada vez se hace más difícil entender el mundo en el que vivimos. Sobre todo a través de la lectura de los medios de comunicación. Que son, en última instancia, los que nos informan cotidianamente sobre el rumbo de la nave en la que estamos embarcados. También son ellos los grandes des-informadores.

 

En ese contexto, el ciudadano de a pie queda envuelto en un verdadero intríngulis.

 

Tan difícil se ha hecho la lectura de la marcha del mundo de nuestro tiempo que ni el más avezado analista está en condiciones de explicarnos hacia dónde se dirige la humanidad.

 

Pero no sólo son los medios de comunicación los que contribuyen a hacer más difícil la interpretación de los hechos que nos presentan.

 

Los propios líderes mundiales son los que alimentan la confusión reinante. En un abrir y cerrar de ojos pasan del blanco al negro. Con la misma rapidez convierten al malo en el bueno de la película.

 

Lo que ayer contaminaba todo hoy es el aire puro que nos permite seguir respirando.

 

Pareciera que estamos viviendo el reino del revés, como diría María Elena Walsh.

 

En la Cuba revolucionaria, marginada, odiada, aislada y vilipendiada por la crueldad del imperio del Norte y el sistema capitalista universal bendecido por la Iglesia Católica, un hombre latinoamericano que hasta un día antes de ser Papa llevaba sobre sus espaldas una pesada carga por su comportamiento durante la dictadura, de pronto se transforma en “comunista”.

 

“Este Papa es un comunista porque es como Cristo. Tú sabes que Cristo fue el primer comunista en la tierra”, dijo el capitán retirado Monteagudo Arteaga, uno de los revolucionarios castristas que participó en los actos realizados en la isla por la visita del Papa Francisco, nuestro conocido Jorge Bergoglio.

 

En medio de la algarabía que produjo la visita a Cuba, Bergoglio aprovechó el clima político para lanzar un mensaje que está en sintonía con la insistente prédica que la Iglesia viene expresando últimamente: la reconciliación.

 

"Como María, queremos ser una Iglesia que salga de casa para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliaciones", dijo Francisco durante la misa de despedida de Cuba.

 

Es claro que el eje del mensaje tiene que ver con las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos en cuyo caso el Papa ha jugado un papel importante para romper el hielo entre ambos países desde el triunfo de la revolución castrista.

 

Pero cada vez que el Papa habla de reconciliaciones es inevitable que en la Argentina se enciendan las luces de alarma porque desde que Bergoglio se convirtió en Francisco I los sectores más conservadores de la Iglesia están machacando con la reconciliación entre los argentinos.

 

Que no es otra cosa que medir con la misma vara a víctimas y victimarios y echar un manto de olvido sobre el pasado reciente a pesar de las profundas heridas abiertas por el terrorismo de Estado.

 

La reconciliación entre Cuba y Estados Unidos no pasa por un simple voluntarismo. Los daños que el imperio del Norte le ha producido al pueblo cubano no se remedian con protocolos diplomáticos ni con invocaciones a Dios y a la virgen María.

 

Lo mismo hay que decir cada vez que desde la Iglesia y desde otros sectores de la sociedad argentina se habla de reconciliar a los que sufrieron la dictadura con los que hicieron posible el genocidio de treinta mil personas, el robo de niños y colocaron al país al borde de su desintegración.

 

¿Es producto de un milagro que Bergoglio sea visto por amplios sectores como una suerte de Mesías por el simple hecho de haberse convertido en Papa? ¿Esa circunstancia deja en blanco lo anterior de su vida como ciudadano y como hombre de la Iglesia? ¿O es el sistema que domina al mundo –incluida la propia Iglesia- el que tiene necesidad de producir semejantes mutaciones teóricas para recuperar lo que ha perdido desde el punto de vista político, religioso y moral? ¿O para no sucumbir?

 

La reconciliación entre los hombres y entre los pueblos sólo puede lograrse sobre la base de tres ejes: Memoria, Verdad y Justicia.

 

Lo que en realidad pretenden los grupos que están promoviendo lo que llaman reconciliación no es otra cosa que legalizar la impunidad.