Un Aylan cada cuatro segundos

Por Juan Carlos Martínez

 

La fotografía en la que un agente turco lleva el cadáver de un niño ha conmovido al mundo entero. La criatura murió ahogada en una playa de Turquía al naufragar dos embarcaciones de refugiados sirios.

 

Desde todos los rincones del universo han surgido manifestaciones de dolor y de condena, incluso provenientes de los mismos países que han cerrado sus puertas a los millones de migrantes que buscan un lugar en el planeta tierra.

 

Miles de hombres, mujeres y niños mueren en el frustrado intento de escapar a las guerras, a las hambrunas y a la marginación a la que son condenados en la misma tierra donde han nacido.

 

Rechazados por los propios países que un día colonizaron su tierra y por imperio de la extendida cultura xenófoba, los migrantes se han convertido desde hace mucho tiempo en seres humanos de segunda clase, en objetos descartables.

 

Volvamos a Aylan. “La humanidad ha naufragado” decía el título en uno de los medios de comunicación mientras en las redes sociales la muerte del niño desplazaba a otras noticias y ocupaba generosos espacios.

 

¿Era sólo la foto de un niño muerto lo que conmovió a la humanidad? ¿Si esa foto no hubiese existido, el mundo hubiese reaccionado de la misma manera? ¿Necesitamos sus fotos para conmovernos? ¿Acaso el mundo no sabe que la mortalidad infantil se lleva un Aylan cada cuatro segundos?

 

El resultado de una simple operación matemática es aterrador: 22.000 niños mueren diariamente por causas evitables pero que no se evitan porque el mundo está gobernado por la crueldad de sistemas políticos y económicos que dividen a la humanidad entre réprobos y elegidos.

 

El foco de semejante calamidad está en la pobreza. La pobreza es hija de la injusticia. La injusticia es el arma de mayor poder destructivo inventado por el hombre.

 

¿Se conmovería la humanidad si pudiera ver, como ocurrió con Aylan, la injusticia en una foto?