El otro Menem

Por Juan Carlos Martínez

 

La postulación de Daniel Scioli a la presidencia ha generado una fuerte discusión al interior del justicialismo. La resistencia más firme proviene del llamado kirchnerismo duro. El resto lo ha aceptado con resignación, tratando de no remover el pasado menemista del candidato ni su más que dubitativa postura con respecto a la dictadura.

 

Después de todo, no es el único menemista que habita en el universo oficial ni es una excepción en materia de vínculos con militares y policías. Y con la Iglesia que acompañó aquella tragedia de los años setenta. Y que por estas horas parece que le está poniendo algunas fichas a ganador.

 

En ese contexto, no son pocos los que sueñan con regresar al país de Dios, patria y hogar.

 

Los que se tragaron el sapo sin protestar y los que se lo tragaron bajo protesta confían en una imaginaria estrategia supuestamente diseñada para controlar a Scioli si es que el hombre llega a la Casa Rosada.

 

Ubican a Carlos Zannini como su más cercano cancerbero y como si se tratara de una partida de ajedrez, todo estaría preparado para que cualquier movimiento en falso derive en el jaque mate al rey.

 

Los que están haciéndose eco de esta supuesta estrategia para colocar a Scioli en un callejón sin salida no han advertido que están promocionando algo que colisiona con el sistema democrático al convertir al eventual presidente en un rehén político o, para decirlo con mayor crudeza, en un títere.

 

Ciertamente, Scioli no tiene vuelo propio ni lo tendrá (nunca lo tuvo), pero anticipar que ese será su destino en caso de convertirse en presidente es, cuanto menos, desde el punto de vista institucional, una irreverencia a la figura presidencial.

 

Todo el mundo sabe que los presidentes se han convertido -con las excepciones del caso—en gerentes de los poderes fácticos y que actúan según sus directivas.

 

En esa cruda realidad nadie puede imaginar a Scioli plantándose en actitud rebelde para construir una alternativa propia y diferente a la que le sería impuesta.

 

Scioli es la versión actualizada de Menem, su maestro. Aggiornado. Con un buen trabajo de marketing, hecho a medida de las exigencias –visibles u ocultas- de quienes detentan el poder real.

 

Diez días antes de las PASO, estuvo en Santa Rosa con su compañero de fórmula Carlos Zannini junto a la presidenta para dar su apoyo explícito y excluyente al candidato que mejor garantizaba la continuidad del modelo kirchnerista. O sea, Fabián Bruna.

 

Fue un claro mensaje contra el candidato del otro sector del peronismo pampeano –Carlos Verna- declarado enemigo de la presidenta y que últimamente ha redoblado sus críticas al gobierno de Cristina.

 

Sin embargo, este domingo desde La Rioja hasta donde viajó para celebrar el triunfo del candidato del FPV, Scioli, acompañado nuevamente por Zannini, celebró el triunfo de Verna a quien saludó y le dijo “que sepa que vamos a trabajar juntos” como si el descalificado en Santa Rosa diez días antes (no diez años antes) hubiera sido el que aseguraba la continuidad del modelo y no el que lo estaba boicoteando.

 

En buen romance, el modelo seguirá adelante incluso con los que nunca creyeron en él como hace unos días pontificó el mismísimo Verna a través del diputado Martín Borthity, uno de los chirolitas que usa el barbado senador para expresar su pensamiento con lenguas ajenas.

 

Esas son las razones de la política que la razón no entiende.

 

Los que consciente o inconscientemente creen que Scioli, atado a sus cancerberos, avanzará por la senda del progresismo, a poco andar se darán cuenta que el que está sentado en el trono es el otro Menem.